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Pero ese no era el problema mayor.
Lo que más nos afectó es que jugamos con cartas marcadas.
Vimos triunfar a tanto delincuente, llegar a tanto arribista, ar‑
chivar a tantas verdades...
En nombre de falsos ideales y envueltos en banderas celeste y
blanca vimos llegar gobernantes ineptos que nos trajeron años
de dolor y atraso y a otros ambiciosos a los que sólo les intere‑
saba quedarse con todos los vueltos.
Y aquí estamos.
Acostumbrados a leer necrológicas que exaltan a los muertos
mientras se desconoce a los vivos.
Adhiriendo con módicos avisos fúnebres al pesar por la muerte
de un amigo.
De pronto, pequeñas cosas alcanzan para ilusionarnos.
Por ejemplo,
que comience a ser verdad el viejo sueño de la
minería
. O que se termine ese monumento al cemento que es el
centro cívico. O que se vuelva a hablar de producción en lugar
de pensar sólo en los empleos públicos.
Y volvemos a soñar. Y queremos volver a creer.
Pero advertimos que ahí, agazapados, están ellos
, “los triunfa‑
dores de siempre”.
Enriqueciéndose con tramoyas como los juicios contra el Es‑
tado, defraudando a gente que se presenta a un examen en
busca de un empleo, coimeando para evitar una multa o un trá‑
mite, gestionando jubilaciones de privilegio en base a “derechos
adquiridos”,
repartiéndose, en definitiva, las migas que van
quedando del festín.
Si te sirve de consuelo, hermano te diría que a mi también a veces
me preguntan si no estoy cansado de jugar cartas perdedoras.
Que podría aspirar a una buena jubilación o a negocios que nos
enriquecieran.
Juan Carlos Bataller
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