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a vida de la gente cambió.
Ya no quedaban vestigios de aque-
lla ciudad colonial.
Ya los clubes habían suspendido
sus fiestas y el carnaval pasaba
desapercibido.
Ya no existía el clima de alegría en los cines ni
en las confiterías.
Pero algo más había ocurrido.
Ya no existían sanjuaninos ni inmigrantes.
Todos habían pagado por igual el derecho a
habitar este suelo en igualdad de méritos.
La alta sociedad de las primeras décadas
también había sucumbido.
Hubo tres temas acuciantes en los primeros
tiempos: el techo donde vivir, la comida, el
trabajo.
Miles de familias estaban diezmadas pues
todas habían perdido parientes o amigos.
Y eran miles los que habían decidido emigrar.
Una de las primeras medidas que adoptó el
gobierno fue disponer la remoción de los
escombros para retirar los cadáveres y habilitar
las calles para el tránsito de los vehículos. Desde
topadoras a carros para el transporte, todo medio
se utilizó.
También se comenzó a demoler los edificios
que presentaban graves fallas estructurales.
Hubo que decretar el toque de queda pues los
actos de pillaje también existieron en aquellos
días de dolor.
El Ejército tuvo un papel muy destacado en
aquellas horas: desde instalar puestos de
radiotelefonía móviles a disponer baños de
campaña para que la gente pudiera bañarse,
pasando por las tareas de reparto de alimentos,
control del tránsito y hasta impartir instrucciones
sobre como actuar en caso que se repitieran los
movimientos de tierra.
“Y el tren parte, cargado de heridos y
mutilados, de hombres y mujeres de caras tristes,
que se van sin saber adónde, con su equipaje
simple, reducido las más de las veces al colchón
o la va-lija que lograron rescatar de sus hogares
sepultados. Y se va lento, pesado, como si le
costara desprenderse de la tierra que vio nacer y
echar raíces a sus infaustos pasajeros...”
(“San
Juan, ensueño y lágrimas”, de Juan Conte
Grand).
Hay fotos de aquellos días que muestran las
caravanas de camiones cargados de muebles
que viajaban desde San Juan a Mendoza, donde
se iban a radicar algunos y a instalarse otros para
estar cerca de sus seres queridos que estaban
hospitalizados.
Por tren partía un contingente de chicos
sanjuaninos, que residirían en distintos institutos
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JUAN CARLOS BATALLER - EDGARDO MENDOZA
LA VIDA FUE DIFERENTE
L
de Buenos Aires. Muchos de ellos eran huérfanos.
En otros casos, las familias optaban por enviarlos
temporariamente en la idea de que estarían mejor
atendidos y alimentados.
En Mendoza se habilitó una escuela para niños
sanjuaninos refugiados en esa provincia
Esa fue mi ciudad. Vedla yacente
bajo la noche; se agiganta en una
belleza sepulcral cuando la luna
recorre sus escombros lentamente.
El cielo serenísimo y ausente
es un mar silencioso que se aduna
de esperanza y de paz. ¡Alta fortuna
ser tan lejano y parecer presente!
El rumor del pasado se levanta
de estas calles sin rumbo y sin aurora
de este querido osario que me espanta
¡Qué profundo contraste el de esta hora
en que el silencio de la noche canta
mientras mi tierra desgarrada llora!
Antonio De la Torre
En diferentes puestos sanitarios se comenzó
una tarea de vacunación masiva para evitar la
propagación de enfermedades infecciosas que en
algunos casos fueron detectadas pero que de
haberse propagado habría tenido efectos
tremendos en la población superviviente.
También como medida preventiva se procedió
a la incineración de cadáveres que, por miles,
estaban diseminados bajos los escombros. Como
las ambulancias no daban abasto se debieron
utilizar camiones para esta tarea.
“Dominus vobiscum”, dijo el arzobispo de
Cuyo, monseñor Audino Rodriguez y Olmos, a los
fieles congregados ante el altar levantado en la
plaza 25 en ocasión de consagrarse la
arquidiócesis al Inmaculado Corazón de María el
25 de mayo. Las iglesias habían resultado
destruidas y las misas se hacían en las calles. El
fervor religioso aumentó en estos días en que la
mayor parte de las mujeres vestía de negro y los
hombres llevaban un paño de ese color en la
manga derecha de sus sacos.
Pero la vida continuaba.
Y también se habló de posibilidades.
Y de reconstrucción.
Aquí me quedaré
Es en vano maguer tus estertores,
Potro salvaje, tierra embravecida,
No lograrás desarraigar mi vida
Del valle de mis sueños y mayores
Ya puedes someterme a los rigores
De una inquietud constante y desmedida.
Ya puedes repetir la acometida,
Multiplicando heridas y dolores.
Me quedaré en San Juan, algo más fuerte
Que el temor a perder lo reunido
En un artero esguince de la muerte
Me está atando a la tierra en que he nacido.
Puedes cobrarte el bien que en mi alma has sido
Con esta incertidumbre de la suerte.
LOS AÑOS 40
Peluquería en el
parque.
Esta foto no
es anterior al
terremoto.
Corresponde a los
días siguientes al
gran sismo en el
verano del ‘44.
San Juan estaba en
ruinas y un grupo de
peluqueros realizaba
su trabajo al aire
libre, en el parque de
Mayo. Colgados de
los árboles, podían
verse los carteles de
“Peluquería Di
Lorenzo y Bronzetti”
y “Salón para
damas”. En la foto
aparecen, de
izquierda a derecha,
los peluqueros Luis
Gardella,
José Di Lorenzo,
Juan Bronzetti y
César Gardella.
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