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GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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Los defensores del gobierno intentaron el día 27 alguna defensa. Prota-
gonizaron escaramuzas con algunos muertos y heridos por ambas par-
tes pero ante la imposibilidad de resistir se replegaron hacia el Pueblo
Viejo, Concepción.
Allí fueron seguidos por Paredes y los suyos por los que no les quedó
otra alternativa que cruzar el río y concentrarse en la Villa Salvador, en
Angaco.
Del Carril había quedado solo y en prisión.
Pero advirtió la gravedad del momento, la que al parecer pasaba des-
apercibida para los dirigentes del grupo sublevado: “sin una autoridad
a quien la soldadesca en armas insurreccionada respetase y obedeciese
y con el peligro de un saqueo, de muertes, violencias y otros excesos y
crímenes, procedan a designar un gobierno de hecho para ocurrir con
prontitud a la seguridad y tranquilidad de la población”.
Ya no era una cuestión de ideas o legalidad. Estaba en juego la seguridad
de la sociedad.
Ese mismo día 27 se reunió parte del vecindario en la capilla de San Cle-
mente, contigua al cuartel. Y proclamó gobernador a Plácido Fernández
Maradona, uno de los ideólogos del movimiento subversivo. Este juró
el cargo
y designó ministro al presbítero José Manuel Astorga
y de-
positó el mando de las tropas en Juan Antonio Maurín, antiguo capitán
del Batallón número 1 de Cazadores de los Andes.
Fernández Maradona pensó que estaba todo dicho y que la situación
era irreversible. Mandó poner en libertad a Del Carril, exhortó a los de-
fensores del gobernador electo a que volvieran a sus hogares y depu-
sieran las armas y designó a “un hombre de mi entera confianza y
militar acreditado de carrera” al frente de los efectivos sublevados, el
comandante Manuel Olazábal.
Convencido de su accionar, el fanatizado nuevo mandatario escribe el
5 de agosto al gobernador de Buenos Aires, general Juan Gregorio de
las Heras, encargado del Poder Ejecutivo Nacional, explicando que el
movimiento revolucionario había estallado por el descontento de los
vecinos
“con la intespestiva sanción y publicación del papel titulado
Carta de Mayo”.
Y aclara que él se había visto obligado a tomar el
mando “creyendo que así se cortarían las disensiones y se restituiría el
país a su antigua pacificación”.
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