Viernes 27 de mayo de 2016
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En medio de la gran crisis de los años
30 y de divisiones internas que comien-
zan a manifestarse en el bloquismo, la
oposición se propone terminar con el
cantonismo y eliminar a su eterno adver-
sario.
Memorias
de la revolución
Aquella mañana del 21 de febrero de
1934, ningún suceso extraño advirtió la
proximidad de la lucha. Al mediodía, el
tráfico se intensificó por la salida de los
empleados de comercio. Algo rutinario.
En los bancos de la plaza 25 de Mayo,
conversaban algunos ancianos. En las
confiterías El Águila, La Cosechera y La
Chiquita, casi todas las mesas estaban
ocupadas con gente que tomaba un ver-
mouth o apuraba un café.
Las calles que rodeaban la plaza aún no
habían sido pavimentadas y mostraban
su adoquinado que soportaba tanto el
paso de los automóviles como de carre-
telas y victorias.
San Juan se preparaba para el al-
muerzo. Pero entre esa gente que volvía
a sus casas para la siesta reparadora
cuando el sol apretaba en el mediodía
estival, había gente armada. Y pronta a
actuar.
A las 12,30, el gobernador, Federico
Cantoni, se disponía a salir de la Casa
de Gobierno, ubicada en la calle General
Acha, frente a la plaza 25 de Mayo. Fe-
derico era bastante rutinario en sus ho-
rarios. Llegaba a su despacho a las 7 de
la mañana y poco antes de las 12 se re-
tiraba para volver a las 4 de la tarde.
Aquel día se retrasó algunos minutos,
conversando con su hermano, el sena-
dor nacional Aldo Cantoni. El gobierno
estaba sobre aviso de que los sectores
de la oposición algo tramaban.
Pero no era precisamente una revolu-
ción lo que esperaban,
—Hay que seguir a Federico a todas
partes pues van a intentar matarlo—
,
fue la orden terminante de Aldo. Los pre-
parativos de la revolución habían co-
menzado varios meses antes.
—La Nación no va a intervenir esta
vez a San Juan. No queda otra alter-
nativa que eliminarlo al “gringo” —
fue la conclusión.
Y esta vez las cosas se organizaron en
serio. Se formó una junta revolucionaria,
bajo la jefatura de
Oscar Correa Arce
e
integrada por dirigentes de distintos sec-
tores políticos, mayoritariamente del Par-
tido Demócrata:
Santiago Graffigna,
Juan Maurín, Honorio Basualdo, Car-
los Basualdo, Indalecio Carmona
Ríos, Onias Sarmiento, Rogelio Drio-
llet, Arturo Storni, Dalmiro Yanzón.
Los
preparativos
Los preparativos para la revolución ha-
bían comenzado tiempo antes. Un pro-
blema a solucionar era el de las armas.
No sólo había que conseguirlas sino te-
nerlas en los propios hogares, lo que no
era fácil. Cantoni contaba con la mejor
red de informaciones que podía existir
enclavada en los propios hogares con-
servadores. La
integraban las sirvien-
tas.
En todas las casas de familias de
cierta opulencia, trabajaba una sirvienta.
Muchas veces lo hacían por la comida y
el sitio donde dormir, porque la crisis era
grande. Y las sirvientas eran cantonis-
tas.
En la casa de don Juan Maurín, ubicada
en la esquina de Santa Fe y Sarmiento,
las armas se escondieron en el interior
del piano. En el domicilio del médico
Carlos Basualdo y su esposa Toncha Vi-
dela, estaban en un gran cajón cerrado
con candado.
—No vayas a abrir este cajón porque
hay arados adentro –
se le dijo a la em-
pleada.
El encargado de fabricar las bombas
que se utilizarían el día de la revolución
era Alberto Graffigna, que era químico.
Nadie hubiera imaginado que el sótano
del Chalet Graffigna se había transfor-
mado en una fábrica bélica.
Federico subió al automóvil, acompa-
ñado por su secretario privado García
Córdova, mientras el jefe de Policía,
León Tourres, y algunos custodias subie-
ron a otro coche.
El gobernador estaba preocupado por la
aparición de un grupo de rebeldes en el
seno de su partido. Nunca nadie se
había atrevido a enfrentarlo. Unos por
lealtad o admiración. Y otros por temor.
Pocas veces debe haber existido un
caudillo al que se le obedeciera tan cie-
gamente. Pero esta vez el que estaba
resentido era el ingeniero Carlos Porto.
Y después de los Cantoni, Porto era por
historia y por personalidad, el hombre
más importante del bloquismo.
¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible
que el hombre que asumió la responsa-
bilidad total en los hechos que culmina-
ron con el asesinato de Jones, el que
compartió la cárcel, el que fue el ministro
de Gobierno en el primer mandato de
Federico, el que padeció junto al líder
que el Senado de la Nación les recha-
zara sus diplomas en dos oportunida-
des, ahora estaba distanciado?
El planteo era político, sin duda. Pero
tenía raíces más cercanas a lo humano.
Unos aseguraban:
—Porto quería ser el candidato a go-
bernador en el 32. Creía que había
hecho merecimientos suficientes. Ya
Federico y Aldo se habían sentado en
el sillón de Sarmiento y ahora era su
turno. Pero, aunque estaba casado
con la hermana de Rosalina Plaza, la
esposa de Aldo, Porto no era un Can-
toni. Y el poder total sólo podía caer
en alguien de la misma sangre.
Otros en cambio sostenían que todo se
debió a cuestiones económicas persona-
les.
Estas preocupaciones cruzaban por la
cabeza de Federico.
Hacía menos de un mes, Porto, Luis
María Mulleady, Domingo Vignoli y Juan
Federico
Cantoni
Tenía 44 años y se desempeñaba
por segunda vez como gobernador
constitucional. Desde la cárcel,
donde estaba detenido tras los su-
cesos que culminaron en 1921 con
el asesinato del gobernador Amable
Jones, Cantoni había resultado
electo por primera vez en 1923 y
gobernó hasta 1925 cuando la pro-
vincia fue intervenida.
Electo nuevamente en 1932, Fede-
rico era el fundador y líder indiscu-
tido del Partido Bloquista.
Aldo Cantoni
Tenía 42 años y había sido gober-
nador electo en 1926, conduciendo
la provincia hasta 1928, cuando fue
dispuesta una nueva intervención
federal. Durante su gobierno se re-
formó la Constitución Provincial
concediéndose por primera vez en
la Argentina el voto a la mujer. Her-
mano de Federico y médico como
él, se desempeñaba como senador
nacional y era el número 2 en la je-
rarquía partidaria. En 1932 había
sido electo por segunda vez sena-
dor nacional. En su juventud había
presidido el Partido Socialista Ar-
gentino en la Capital Federal.
Oscar
Correa Arce
A los 56 años, era el jefe de la
Junta Revolucionaria. Había sido
jefe de policía durante la goberna-
ción del doctor Angel D. Rojas.
Juan
Maurín
Tenía 53 años cuando se produjo el
movimiento. Era vocal de la junta
revolucionaria. En 1926 presidió la
Liga de Defensa de la Propiedad,
del Comercio y la Industria, que se
opuso a la política impositiva de
Aldo Cantoni. Importante viñatero y
bodeguero, estaba casado con Vic-
torina Navarro, hija de Segundino
Navarro y descendiente de Sar-
miento.
Los principales
protagonistas