La Pericana -Edición- 204

Jueves 21 de mayo de 2020 12 nador profesional. No me interesa. -¿Qué buscás? -Quiero alguien capaz de recrear cli- mas, situaciones, emociones. Alguien que pueda poner seres humanos de- trás de cada hecho, que nos enseñe que la vida es una continuidad y la explicación de lo que nos pasa debe- mos buscarla en algo que ocurrió hace cincuenta años o que sucederá dentro de diez. -¿Y vos creés que yo puedo hacer eso? -Podés hacerlo precisamente porque estás jubilado, porque tenés tiempo, porque sos un gran escritor, porque no has vivido al pedo. Yo te imagino arriba de un cerro, mirando desde lo alto esta gran aldea, esta vida en la que cada día pasamos a ser más contribuyentes, usuarios, clientes o aportantes en lugar de seres humanos. Y desde allí, desde las alturas, mostrarnos per- sonajes, explicarnos situaciones... Que tu columna sea un gran es- pejo capaz de reflejar las imágenes tal como son. -Atendeme, Juan Carlos. Yo ya tengo un lugar, que es este San Juan. Tengo una vida hecha. Tengo una mujer. Tengo hijos. Quien pida más que eso es un insensato. Quien pida menos es un estúpido. Pero me interesa tu propuesta. Y me gusta ese nombre que dijiste: La gran aldea. Así se llamará la co- lumna. Pero quiero preguntarte algo: ¿cuáles serán mis límites? -Ninguno, escribí lo que quieras. -Otra condición: no quiero que me paguen un peso. -¿Por qué? -En primer lugar, porque cuando tuve necesidades peleé por un peso. Hoy no las tengo y soy capaz de regalar mi tiempo. Sólo un estú- pido lo vendería sin necesidad. Y en segundo término, porque a esta altura de mi vida quiero seguir siendo libre. Y la libertad no puede figurar en una nómina de pagos. l l l Durante diez años Rufino escribió La Gran Aldea. Rescató personajes, situaciones, pa- labras, climas, colores, costumbres. Mezcló la poesía con la paleta del pintor, la urgencia del periodista con la mirada larga del pensador. Y a todo lo sazonó con un verbo absoluta- mente personal, con una marca regio- nal indiscutible pero, curiosamente, asentado sobre un hombre universal. Nos acompañó en las buenas y en las malas. Cada mañana venía a tomar un café conmigo en el diario. ¡Y era una fiesta hablar con él! A fines de 1992 editamos un libro que reunió muchos de sus escritos. Se llamó “La Gran Aldea, memorias del corazón”. l l l Un día, ya cerca de los 80 años, sus trabajos comenzaron a espaciarse. Se irritaba con facilidad, se peleaba con el corrector y dijo que no iba a se- guir colaborando. Algo pasaba. Pero debía dejar que él lo dijera. Había aprendido a cono- cerlo. Pasaron dos meses sin Rufino y un día, un gran poeta, amigo común, -el “Chiquito” Jorge Leónidas Escudero-, vino a la redacción. Aunque quizás nunca le pidió Rufino la intermedia- ción, traía un mensaje. -Rufino te recuerda con mucho afecto. -Y yo lo quiero como a un padre. -¿Sabés por qué se fue enojado? -Lo imagino pero decímelo... -Ya había dicho todo lo que tenía que decir. No quería repetirse. No quería escribir por compromiso. Y no sabía cómo decirlo... -Lo imaginaba. l l l Pocos meses después murió Rufino Martínez. Su obra mayor está en las páginas de El Nuevo Diario. Conociendo su pensamiento sería ab- surdo pedir que una estatua o una calle recordaran su nombre. Pero qué bueno sería que las nuevas generaciones leyeran esos escritos. Si eso ocurre, ahora o dentro de cin- cuenta años, yo sé que ese joven que quizás aun no ha nacido dirá, lo estoy oyendo: -Acá existió la literatura; acá se hizo periodismo. Acá estuvo el hombre. -Si no escribe acá... ¿dónde lo va a hacer? -Hay una cosa con la que usted no cuenta. -¿Qué es? -¡Mi gran capacidad para cagarme de hambre...! Un personaje llamado... s

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