La Pericana -Edición- 205

Jueves 28 de mayo de 2020 3 cisamente un amigo de Benavides. Un año antes, el caudillo lo había derrocado como gobernador. Y esas cosas no se olvidan. Pero tampoco podía estar de acuerdo en un asesinato. Doña Telésfora Borrego, esposa del ge- neral Benavides, estaba dispuesta a mover cielo y tierra para salvar la vida de aquel hombre con el que había com- partido veinte años de poder. El coronel Díaz miró a doña Telésfora y no pudo menos que sentir admiración y afecto por aquella mujer. —Señora, yo voy a salvar a su esposo. Déjeme usted poner en juego mis ideas que tengo al respecto y garantizo el éxito. Doña Telésfora se retiró de la reunión sin saber si Díaz intercedería ante su pariente, el gobernador Manuel Gómez o intentaría facilitar la fuga de Benavi- des. l l l Telésfora Borrego volvió a su casa de la calle San Clemente (hoy Santa Fe). En esa gran casona con zaguán y patio abierto, edificada en un espacioso te- rreno que tenía 72 varas sobre esa calle y llegaba desde la esquina con Cabildo (hoy General Acha) hasta la mitad de cuadra con Mendoza, Benavides había gobernado durante casi 20 años San Juan. Los fondos se extendían 24 varas por la calle Cabildo. Para que el lector se ubique, la casa co- menzaba en la Galería Estornell, por Santa Fe, llegaba hasta la esquina de General Acha y se extendía en sus fon- dos por esta artería. La dama sabía que no podía permane- cer quieta. Llamó a sus hijos mayores, Segundo y Telésfora y les dijo: —Tengo que escribirle al presidente Ur- quiza. La carta le explicaba al presidente de la Confederación sus temores ante el peli- gro inminente de que su esposo fuera asesinado. l l l Sola en su habitación, Telésfora llo- s Díaz no era precisamente un amigo de Benavides. Un año antes, el caudillo lo había derrocado como gobernador. Y esas cosas no se olvidan. Doña Telésfora Borrego, esposa del general Benavides El día que mataron a Benavides El reñidero de gallos estaba ubicado en lo que hoy es la calle San Luis, entre Sarmiento y Entre Ríos. Allí estaba aquella tarde el general Benavides. Era el 19 de septiembre de 1858. Veinte efectivos al mando del coman- dante en jefe de las fuerzas de la provin- cia, Domingo Rodríguez, entraron al local y detuvieron al general. De allí se lo sacó y se lo condujo a la cárcel del Cabildo, frente a la Plaza Mayor. Se lo alojó en calidad de incomunicado en una pieza alfombrada del segundo piso, de techo muy elevado y amplio bal- cón, con frente a la plaza. Y se lo ase- guró bien con una barra de grillos de 32 libras de peso. Diez y seis hombres al mando del te- niente segundo Rafael González —un pésimo sujeto, hombre de acción del go- bernador Gómez— quedaron a cargo de su custodia. l l l El día 20, el gobierno hizo saber al juez de Crimen que “se halla preso e incomu- nicado en los altos del Cabildo el gene- ral don Nazario Benavides por conato comprobado de sedición, según aparece de las sumarias levantadas a sus cóm- plices y colaboradores”. Las voces pronto comenzaron a circular: —Van a matarlo a Benavides, quieren hacerlo desaparecer de la política san- juanina. Las intenciones habían quedado ex- puestas y Telésfora Borrego de Benavi- des sabía que si no actuaba rápido y lograba que intervinieran las autoridades nacionales, su esposo no saldría con vida. —Coronel, le pido por favor que inter- ceda por mi esposo... —Señora, esté usted segura que haré cuanto esté a mi alcance... —Queda poco tiempo, coronel... — ¿Por qué lo dice? —Tengo información que mi marido será asesinado en prisión. — ¿Está usted segura? —Sí, coronel. El general Benavides es para ellos un problema. Y lo quieren re- solver definitivamente. l l l El coronel Francisco D. Díaz no era pre- s

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