La Pericana -Edición- 205

raba en silencio y recordaba el día en el que lo conoció a Benavides. Corría 1833. El tenía 31 años y ella sólo18. Habían pasado 25 años pero ella re- cordaba aquel día como si fuera hoy. Allí estaba aquel joven oficial, muy alto —medía más de un metro no- venta—, delgado, de anchas espal- das y pequeña cintura, musculoso, con piernas quizás demasiado lar- gas para su cuerpo rematado en una cabeza pequeña. Cómo no ena- morarse de aquel apuesto militar de tez pálida, cabello lacio y negro, cejas tupidas, ojos verdosos y nariz aguileña, con patillas que reapare- cían en el mentón y un bigote “a lo criollo”. En la primera cita, Nazario le contó su historia. No había nacido en cuna de oro. Su padre, Pedro, fue un criollo de as- cendencia chilena. Su madre, Juana Paulina Balmaceda, también prove- nía de un hogar criollo. Junto con sus cuatro hermanos, Na- zario se crió en el hogar paterno, en un fundo semirural ubicado en el Pueblo Viejo, que ocupaba desde lo que hoy es la calle Juan Jufré, por el norte, hasta Chile, por el sur. Por el este llegaba hasta lo que hoy es la Plaza de Concepción. Allí tenían los Benavides una pe- queña viña, un alfalfar y un huerto, como todas las casas de aquellos años. La casa era de adobe, con techo de caña sostenido sobre rollizos de álamo. l l l Benavides no era un intelectual ni un hijo de familias ricas, como Del Carril o De la Roza. Aprendió a leer y escribir pero no pudo radicarse en otras ciudades para volver con un título de abogado o médico. Sus ocupaciones de joven fue mondar ace- quias, preparar la tierra para los cultivos, podar, cuidar los animales. Cuando cumplió los 17 ya se había en- ganchado como carrero de cargas y más tarde como arriero, con lo que co- noció otras provincias y viajó mucho. Así fue moldeando su personalidad Na- zario. Joven de buen carácter, afable, sin vicios, modesto, con gran capacidad de adaptación a las circunstancias, tole- rigurosa disciplina militar. l l l En su vida militar, comenzó haciendo lo que sabía: fue arriero en el ejército del “Tigre de los Llanos”. Pronto Nazario se ganó el aprecio de los oficiales de Quiroga. Y este, a su vez, influyó en el joven arriero, poda- dor y mondador de acequias como para hacerle olvidar sus anteriores oficios y abrazar definitivamente la carrera militar. — ¡Ay Benavides! Tantas batallas ga- nadas, tantos honores recibidos y ahora estás ahí, en la parte alta del cabildo, engrillado y esperando que algún bárbaro te mate... Telésfora Borrego conocía bien a su esposo. Había nacido para mandar. Conocía a la gente. Y como militar era un hombre de arrojo. A nadie extrañó que en 1931, con 29 años, ya fuera teniente coronel. Y a diferencia con otros caudillos mili- tares, reprimió siempre el pillaje y la matanza, fue tolerante con sus ene- migos, generoso con los vencidos y hombre de buen corazón. Telésfora recordaba como si fuera ayer aquel 1933 cuando Benavides regresó a la provincia, tras la cam- paña contra los indios del sur. —Fue ese año cuando me conoció a mí, Telésfora Borrego y Cano, hija del difunto Pascasio Borrego Jofré y de doña María de los Ángeles Cano, in- tegrante de una familia muy rica. No fue fácil el noviazgo de aquel flaco y alto teniente coronel con la joven des- cendiente de acaudalada fortuna. La familia de ella se oponía terminante- mente a esa relación. Querían algo más para Telésfora. Un hombre con estudios universitarios, de fortuna familiar, de relevancia política, no aquel arriero transformado en militar. l l l Cuentan que por aquellos años volvía Facundo Quiroga a San Juan, tras parti- cipar de una de las campañas por el norte. El general pasó revista a las tro- pas en el cuartel de San Clemente y tras ello le preguntó al comandante de la guarnición: — ¿Quién es ese oficial que está en la primera fila? — ¿Cuál, general? Benavides reprimió siempre el pillaje y la matanza, fue tolerante con sus enemigos, generoso con los vencidos y hombre de buen corazón. rante. ¿Cómo aquel modesto joven pudo go- bernar San Juan tantos años? Nazario le había contado que tenía 24 años cuando Juan Facundo Quiroga co- menzó a formar su ejército para comba- tir contra el general Aráoz de Lamadrid. Y Benavides se enganchó con él, como lo hicieron otros tres o cuatro mil cuya- nos y riocuartenses, los que fueron so- metidos durante cuatro meses a una historia Jueves 28 de mayo de 2020 4 s La muerte deL caudiLLo...

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