La Pericana -Edición- 205

historia Jueves 28 de mayo de 2020 6 —Quédese tranquila, señora. Veré qué puedo hacer. — ¿Puede darle un mensaje a mi ma- rido? —Sí señora, lo que quiera. Varias veces se entrevistó la señora con González. Este le transmitía men- sajes de Benavides y a su vez le llevaba al general palabras de su mujer. —Señora, usted sabe que no es fácil para mí la ayuda que le estoy pres- tando. Los guardias sospechan que yo traiciono al gobierno. —Yo le agradezco su apoyo. —Pero... usted sabe, señora... para poder seguir actuando algo tengo que darle a los muchachos de la guardia... —Dígame usted teniente lo que debo traer y lo conseguiré... Lo que no sabía Telésfora es que cada vez que dejaba el Cabildo, González en- traba al despacho del gobernador Gómez Rufino, — ¿Y? ¿Qué le ha dicho la generala?— , preguntaba el gobernador. —Está dispuesta a cualquier cosa por li- berar a su esposo. — ¿Sigue confiando en usted? —Aparentemente sí. Yo le he pedido 18 onzas de oro por colaborar en la fuga. — ¿Y qué le ha dicho? —Que las conseguirá. l l l La última reunión de Telésfora con el jefe de la guardia fue ya para concretar detalles. —Dígale a Benavides que el 24 (de oc- tubre) a la siesta será liberado. —Sí señora. ¿Tiene todo dispuesto? —Sí, teniente. Nuestros amigos van a venir armados ese día. Usted sólo tiene que entregar al prisionero. —Quédese tranquila que así se hará. Se retiró la mujer y González entró una vez más al despacho del gobernador. —El 24 será el asalto. —Perfecto. Se van a llevar una buena sorpresa. Gómez Rufino llamó a sus colaborado- res más inmediatos. Horas después los sanjuaninos se ente- raban que el gobierno había descubierto un plan de asalto al Cabildo que debía producirse el día 24, se citaban los nom- bres de las personas que participarían y se daba a entender que de un momento a otro, todos serían detenidos. Los amigos de Benavides se reunieron con doña Telésfora. —Todo ha sido descubierto señora. —González me traicionó—, dijo la mujer. —Tenemos que actuar inmediatamente pues ahora nuestras vidas corren peli- gro. — ¿Cuándo? —Mañana a primera hora. l l l Antes que saliera el sol aquel 23 de oc- tubre de 1858, cuarenta hombres, en su mayoría oficiales de guardias nacionales y de línea retirados, que habían actuado a la orden de Benavides, avanzaron sobre la plaza mayor en cuatro colum- nas, mientras gritaban: — ¡Viva la libertad! ¡Viva el general Pe- ñaloza! No era una revolución. Se trataba de una simple pueblada con un objetivo único: rescatar a Benavides. Llegaron al Cabildo y se lanzaron al ata- que, con armas de fuego, sables y lan- zas. La guardia intentó resistir pero fue inútil. Los atacantes liberaron a sesenta o se- tenta presos que estaban en la planta baja, los que se sumaron al grupo ar- mado. —El general está engrillado en la parte alta. Avancen— dijo el sargento Gutié- rrez, apodado El Manco. Benavides esperaba el asalto. Pero lo esperaba para la siesta del día si- guiente. —Algo raro está pasando. — pensó el caudillo. No era una revolución. Se trataba de una simple pueblada con un objetivo único: rescatar a Benavides. La muerte deL caudiLLo...

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