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Juan Carlos Bataller
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Veníamos de una larga noche. Eramos los hijos del 68, del mayo francés,
del Cordobazo, de la vocación coral que embargó a una generación que
no conocía de “bunkers” ni empresas especializadas en pintar paredes
y pegar carteles.
Habíamos vivido los años de plomo, la desaparición de amigos, la so-
berbia armada de casi niños llenos de ideología, la patria sindical, el so-
bresalto de guerras absurdas, el vaciamiento de una nación, la continua
interrupción de procesos democráticos, los desvaríos de militares que
deseaban convertirse en caudillos populares.
Aunque cada noche podíamos agarrarnos a trompadas defendiendo la
leyenda que acabábamos de pintar en una pared, habíamos aprendido
a respetarnos, cada uno con su ideología.
Al final de cuentas,
todos éramos sobrevivientes y cada uno recitaba
de memoria sus marchas, su doctrina y sus consignas.
Y allí estaba
De pronto el periodista se transformó en dirigente político.
Y allí me veo. Como presidente del MID, al lado de viejos radicales in-
transigentes que integraron el gobierno de Américo García junto a mi
padre, a los que se sumaron jóvenes desarrollistas.
Las casas partidarias se llenaban de chicas y muchachos entusiastas,
aptos para repartir votos, dar charlas en las escuelas o prenderse en lar-
guísimas discusiones doctrinarias.
Las candidaturas eran sólo puestos de lucha.
En ese tiempo Américo García vivía en Buenos Aires, aunque venía pe-
riódicamente a San Juan.
Ya había fallecido Perla, su esposa, y vivía con
Beatriz Solari Mada-
riaga
, una mujer muy agradable, que fue su gran compañera en la vejez
y que había conocido cuando fue senador en el periodo 1.973/76 pues
ella trabajaba en la biblioteca del Congreso de la Nación.
Fueron tres años –hasta 1.986, cuando dejé la política y volví al perio-
dismo- muy intensos en los que yo,
como tantos jóvenes que nunca
llegaríamos a tener un cargo público,
dejamos de lado profesiones, ac-
tividades personales y nuestros ahorros.
Invertimos buena parte de nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestras
utopías, en aquella renaciente democracia.
Y allí quedaron
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