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Juan Carlos Bataller
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Como periodista me habría sido muy difícil aceptar una decisión de ese
tipo en un gobierno democrático.
Pero quizás porque no aceptaba la imposición de determinadas reglas,
debo decir que en mis diálogos a través de los años con Bravo este siem-
pre intentó ser un hombre agradable y abierto.
Bravo y los obsecuentes
Dije que no siempre la relación fue fácil.
Ocurre que Bravo no era un hombre fácil. Sabía seducir y también man-
dar, a veces prepotentemente.
Una anécdota lo pinta de cuerpo entero.
Bravo era candidato a senador nacional y a través de uno de sus hom-
bres de confianza, Darío Poggio Rinaldi me invitó a cenar a su casa., Yo
era un joven periodista (23 años) recién casado.
—Mire Poggio, no me gusta mezclar la actividad periodística con la
vida familiar.
—Esta invitación no tiene que ver con el periodismo ni con la política.
Bravo te invita porque quiere conocerte un poco más, porque es amigo
de tu suegro, el doctor Francisco Plana y porque te respeta por tu trabajo
profesional.
Planteadas así las cosas, acepté la invitación.
Pero al día siguiente me enteré que a la cena estaban invitados otros pe-
riodistas y dirigentes de su partido.
Ante eso, hablé con Poggio y le dije:
—Le pido que le explique al doctor Bravo que mi esposa y yo no po-
dremos asistir por razones laborales pero que le agradezco mucho la
invitación.
Como Poggio era conocido de mi familia le aclaré que no iba porque no
era una invitación personal sino una reunión con mucha gente y con ob-
jetivos políticos..
“Pero por favor, de esto nada diga a Bravo”,
recuerdo
que le aclaré.
Claro, Poggio era leal al caudillo. Y diez minutos después atiendo el te-
léfono y escucho el vozarrón de don Leopoldo insultándome de arriba
abajo.
—A ustedes los periodistas hay que tenerlos cagando porque si uno
los trata con deferencia se creen importantes. ¡Qué mierda te crees si
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