1 gobernadores siglo XIX 2015 - page 194

Juan Carlos Bataller
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—El doctor Anacleto Gil no puede asumir el cargo de gobernador.
—¿Quién dice que no puede serlo?
—Yo lo digo.
—Esto es absurdo, se trata de uno de los hombres más brillantes que ha
dado la provincia.
—Estoy de acuerdo. Pero el doctor Gil aun no cumple 30 años, como
lo establece la Constitución Provincial sancionada en 1878 y que lo
tuvo precisamente a él como el principal redactor. Es más, en el mo-
mento en que fue elegido no había cumplido siquiera 29 años.
Quien se oponía a la asunción de Anacleto Gil, el dirigente opositor Na-
poleón Burgoa, tenía razón.
Anacleto había nacido en enero de 1852, en la casona familiar ubicada
en la esquina de Santa Fe y Jujuy. Por vía paterna, sus orígenes familia-
res se remontaban a Juan Martín Gil, uno de los fundadores de San Juan
ya que acompañó a Juan Jufré en 1562 y se quedó a vivir por estos lares.
Desde joven, Anacleto se distinguió por su inteligencia. Tanto que el go-
bierno nacional le dio una beca como alumno sobresaliente para que es-
tudiara en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Terminados sus
estudios secundarios, ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias So-
ciales de la Universidad de Buenos Aires donde, en 1874, con sólo 22
años, se graduó de abogado y doctor en leyes.
En aquel San Juan de los años 70 una capacidad como la de Gil no podía
pasar desapercibida. Porque además de su inteligencia, Anacleto era de
los jóvenes intelectuales empeñados en dar a la Argentina una verda-
dera organización como Nación.
Comenzó a militar en política. Se enroló en el Club del Pueblo, agrupa-
ción sarmientista, dirigida por Valentín Videla.
Pese a todos los cuestionamientos que, por su juventud, debió sortear
su candidatura, la Legislatura aprobó su mandato y el 12 de mayo
ocupó su cargo.
El joven Gil no sólo era brillante, joven y apuesto sino que era
“bravo
de arriar”.
Tenía un carácter muy difícil. Y sus decisiones no podían ser
discutidas.
Se manejaba en forma absolutamente independiente y personalista.
Era bastante quisquilloso,
“de malas pulgas”,
diría un criollo. Pero absolu-
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