gobernadoresdemimemoriafinal2014 - page 184

Juan Carlos Bataller
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néricamente podríamos denominar del `68— cargada de romanticismo,
de acendrado espíritu político coral, dueña de un sentido épico de la vida.
Una generación que en algunos casos murió en sus intentos. En otros se
consumió en fuegos fatuos. Y hasta hubo quienes terminaron aceptando
el sistema y transformándose en exitosos negociantes o destacados hom-
bres públicos.
Pero tampoco quedaría completa la pintura si solamente nos remitiéra-
mos al militante o al sobreviviente.
El hombre que ha llegado viene fogueado por la experiencia de haber
sido protagonista y salir airoso del laberinto en que se encerró la vida
institucional argentina en los últimos años.
Sabe cómo se construye el poder.
Ha visto vaciarse y llenarse cada expresión humana.
Tuvo, entre otras cosas, el raro privilegio de presidir las asambleas le-
gislativas que consagraron a tres presidentes argentinos en pocos meses
y con la bronca adueñándose de las plazas.
Y alcanzó nada menos que a sentarse en el sillón de Rivadavia.
A esos planos ni se llega por azar ni se regresa siendo el mismo.
Y acá está. Donde él quiso, tras treinta años de andar el camino.
Y es el momento donde caben las reflexiones.
Porque pocas veces un gobernante debió enfrentar tantos problemas.
Una provincia que fue rica y hoy es pobre, donde 40 mil empleos públi-
cos, otras tantas jubilaciones y casi la misma cifra de subsidios a la des-
ocupación disfrazan el hambre y sostienen la civilización, evitando que
nos comamos los unos a los otros.
Una provincia donde buena parte de la población extravió la cultura del
trabajo y es urgente que la recupere antes que la marginalidad —que es
mucho peor que la pobreza— se adueñe de sus espíritus.
Una provincia, en fin, que tiene sus riquezas dormidas y sus miserias
expuestas y que está harta de buscar culpables, de vivir en enfrenta-
mientos estériles, de navegar sin rumbo.
Pero —también hay que decirlo— pocas veces un gobernante llegó con
tanto poder.
No es malo, al contrario, contar con las mayorías que posibiliten cons-
truir la casa nueva.
Pero es peligroso no tener enfrente la alternativa que enriquezca los pro-
yectos, que evite los excesos, que mantenga las almas despiertas.
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