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Supimos que con la enfermedad se hizo patente un
problema neurológico y en los últimos 12 meses profundas
lagunas acosaban su mente. “Confundía los médicos que lo
trataban en Mendoza de los que lo trataban acá”, nos dijeron
en el hospital.
Nos enteramos también que Constancio quedó muy mal
cuando un enfermo de SIDA se suicidó frente al hospital
Rawson en 1991 y la prensa le dio un tratamiento
sensacionalista. Tenía siete hermanos pero sólo vivía con su
madre y el resto de la familia niega la enfermedad. “Luego de
las pastillas Constancio quedó muy debilucho y comenzó a
hablar incoherencias, cosas que no eran verdad...”, dijo uno
de sus hermanos.
La carta que dejó Constancio comenzaba diciendo:
“San Juan, 5 de abril de 1992.
A quien corresponda:
Yo os pido en mi nombre y a la humanidad. Vengo
humildemente a informar que soy homosexual, tengo SIDA y
hace 20 días intenté suicidarme. Hoy estoy escribiendo un
libro. Estoy con tratamiento médico en San Juan y Mendoza.
Mi meta es difundir mi problema e informar a toda persona
que esté en mi condición...
Vengo también a rogar porque no tengo trabajo ni estoy
en condiciones (de tenerlo). No tengo ningún sueldo y debo
proveerme la droga para el tratamiento...
La carta era más larga. Concretamente, pedía ayuda para
instalar un vivero, hablaba de su jardín, de sus condiciones
de vida... y de la necesidad de recibir ayuda. Y firmaba:
Constancio
DNI 12.069.900
Constancio murió el lunes 20 de abril de 1992. Fue ente-
rrado en el cementerio de Albardón. Y la entrevista, con fotos,
como él quiso, se publicó el viernes 24.
El SIDA no sólo cambió la vida de todos sino que también
expuso los temores de la sociedad, la discriminación, la falta
de apoyo solidario y hasta oficial. Una pintura del siglo XX.
JCB
—Quisiera tener un trabajo para proveerme la droga para
el tratamiento que he comenzado. Mientras tanto, solicitaré
una ayuda económica. Gestionaré en el PAMI una pensión de
las que se concede a personas que sufren de SIDA.
—¿Cómo se da fuerzas?
—Soy católico y rezo todas las noches en busca de ali-
vio. Debo tener perseverancia. No reniego de mi enfermedad.
—¿Porqué vino al diario?
—En una oportunidad, cuando iba al siquiatra, me paré
en el kiosco y compré El Nuevo Diario, donde había una nota
sobre el SIDA que me pareció fantástica. Entonces decidí
venir a traer esta carta...
—¿Conserva la esperanza?
—Sí, tengo la esperanza de que sanaré. Me alienta el
hecho de que los homosexuales no somos mirados como
antes, con desprecio. Pero también quiero que todos los
jóvenes sepan de esta enfermedad, que estén alertas para
eludirla. Quiero que sepan que el SIDA está entre nosotros.
Que hoy me tocó a mí pero mañana puede ser otro...
—¿Quiere decir algo más?
—Creo que Dios nos da esto para que cambie la
humanidad... Las muertes y el sufrimiento deben servir para
mejorar el mundo. Más allá del dolor, deben tener un objeto...
Constancio murió a los tres días de hacerse esta
entrevista en El Nuevo Diario. Investigamos sobre él y nos
ente-ramos que tenía 35 años, que vivía en la calle
Angualasto, entre Aconcagua y San Lorenzo, en Santa Lucía.
Allí compartía una morada de adobes con su madre, ya
anciana. Que tenía problemas con el resto de su familia. Que
en 1987 supo que su pareja estaba infectado de SIDA y
cuando el examen le dio positivo comenzó a derrumbarse
física y sicológicamente. En su casa faltaba de todo pero se
veía un jardín vistoso y prolijamente tratado que, sin
embargo, estaba abandonado desde hace tiempo y se iba
transformando en un páramo a medida que su jardinero
sufría los embates del mal.
embloroso, débil y desesperado. Haciendo
esfuerzo por coordinar las frases y con el
tiempo reflejado en los ojos. Sólo tres días
antes de su muerte Constancio, confió a El
Nuevo Diario el drama de su vida y el de una
sociedad que, marginante, se empeña en
negar su realidad.
Con su testimonio buscó que la humanidad tome
conciencia de este mal y que quienes lo padezcan luche por
detener la discriminación de la que son objeto.
En un diálogo entrecortado por el nerviosismo y el llanto,
Constancio dejó este patético testimonio.
—¿Desde cuándo sabe que tiene SIDA?
—Hace cuatro años, cuando mi pareja debió hacerse un
análisis en Mendoza y dio positivo. Entonces lo supe, todavía
sin hacerme yo el análisis. Pero prefería tratar de ignorarlo.
Uno dice: “esto no me puede pasar a mí” Creo que es el
comienzo de todos los males ¿no?.
—¿Quién contagió a quién?
—No puedo decir si él me contagió a mí o yo a él. Esto
no lo vamos a saber, como tampoco el tiempo que hacía que
teníamos la enfermedad. El médico me preguntó si quería
hacerme el análisis. Le dije que prefería esperar una se-
mana. Es algo tonto. Pero sentía miedo. ¡Sentía miedo! Esa
semana que tuve que esperar me tuvo muy mal. No podía
dormir por las noches y con los ojos muy abiertos veía pasar
las horas, pensando cualquier cosa.
—¿Qué pasó cuando tuvo conocimiento de la
enfermedad?
—Comenzó una nueva vida. Junto con el comienzo de
esta nueva década, comenzaba esto. Es un dato
importante... ¿no? Como para una cronología.
—¿Qué cosas pasaron por su cabeza?
—Desde que me enteré fue como una revolución dentro
de mí. Todos los proyectos que tenía pasaron de un día para
el otro a ser nada. Se derrumbaron como un castillo de
naipes, construido durante toda una vida. Me sentí
angustiado... Como que mi vida había quedado vacía, sin
futuro. Que no valía la pena seguir.
—¿Qué hizo?
—Decidí terminar con mi vida y tomé 13 pastillas de le-
xotanil pero los médicos me salvaron y me convencieron de
que debía luchar.
—¿Qué le dijeron?
—Que había posibilidades de salvarme, que no todo
estaba perdido, que tenía que luchar. Saber que ellos
luchaban por mi vida me dio fuerzas para recomenzar. Me
explicaron que debía hacer periódicos estudios en Mendoza
y que tuviera esperanza. Y... ¿sabe...?
—¿Qué?
—Siempre despotriqué contra los judíos y resulta que los
médicos que me atienden son en su mayoría de esa
colectividad...
—¿Cuáles son sus planes ahora?
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VIVIR CON EL SIDA
T
LOS AÑOS 90
JUAN CARLOS BATALLER - EDGARDO MENDOZA
El SIDA en
Internet. Recién
con la gran red
se pudo tener
una información
acabada.
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