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rompieron y quienes no habían tomado
previsiones no tuvieron más alternativa que
presentarse en concurso de acreedores. La
transferencia de dinero fue realmente
excepcional. Mientras que quienes advirtieron la
magnitud del proceso aprovecharon para
endeudarse y aumentar sus stocks de
mercadería, con lo que vieron multiplicarse sus
capitales, los asalariados y las empresas menos
previsoras quedaron descapitalizadas.
Durante algunas semanas se sucedieron los
asaltos a supermercados en distintos puntos del
país, protagonizados por gente que provenía de
asentamientos precarios y aprovechaba el clima
de temor imperante más la desesperación por
asegurarse la provisión de mercadería. Era común
que ese tipo de negocios fuera custodiado por
policías como si fueran bancos.
Fue un año en el que muchos argentinos,
especialmente matrimonios jóvenes, optaron por
radicarse en otros países. Igual que la violencia
política en las décadas interiores, la economía
actuaba ahora como expulsadora de población.
Ya no eran los militares los que
desestabilizaban a los gobiernos. Se comenzaba
a hablar de los “golpes de mercado”. Y una prueba
del poder de esos golpes la sufrió el gobierno del
doctor Raúl Alfonsín, que debió adelantar la
entrega del mando a las nuevas autoridades
electas.
Con muchos argentinos más pobres, algunos
pocos más ricos, innumerables juicios de
empresas que se sintieron afectadas por
compromisos que no podían cumplir, la quiebra de
algunos bancos, la consolidación de deudas y un
temor reve-rencial a vivir una situación similar, al
terminar la década se comenzaron a dar los
primeros pasos para estabilizar una economía en
llamas. El país había recibido una dura lección y la
estabilidad económica, al igual que la democracia,
pasaban a ser valores comunes a todos.
El Austral. Durante
algún
tiempo fue
moneda
fuerte.
Luego
vendría la
artículos comprados costarían el doble. Pronto los
co-merciantes debieron hacer recargos por las
compras por tarjetas hasta que llegó un momento
en el que, directamente, se suspendió esa forma
de pago.
Por aquellos días, inmediatamente los asala-
riados cobraban corrían a los supermercados para
realizar las compras del mes. Ni siquiera
intentaban cotejar precios. Lo importante era
llenar las alacenas, cubrirse de alguna forma ante
un deterioro del salario que causaba terror.
Algunos optaban por prevenirse ante la posibi-
lidad de que faltaran insumos. Nunca se vendió
tanta harina como en aquellos meses en los que
muchos decidieron hacer el pan en casa pues era
un producto perecedero que no podía acumu-
larse.
El diario Ambito Financiero,
leído hasta ese entonces
sólo por empresarios, pasó a
ser fuente de consulta diaria
de
los
argentinos,
aumentando rápidamente
sus ventas ante un público
ávido de seguir cada día la
cotización del dólar, los
vaivenes de la bolsa, la
evolución de las tasas de
interés y los pronósticos
sobre una economía
alocada.
Por aquellos días las
cadenas de pago se
a Argentina convivió durante muchos
años con la inflación.
Y se acostumbró a vivir con ella.
Pero lo que ocurrió en 1989
constituyó una experiencia inédita en
la que durante algunos meses los
argentinos tuvimos una acabada demostración de
lo que significa que un país pierda su moneda y la
economía sus parámetros.
No es la intención de esta nota profundizar en
las causas del fenómeno sino en la forma como
nos afectó.
Y la primera consecuencia fue la dolarización
de la economía.
Florecieron las casas de cambio ante la
avalancha de gente que inmediatamente cobraba
corría a comprar la moneda estadounidense cuya
cotización se transformó en noticia diaria de
primera plana.
Quienes no compraban dólares optaban por
los plazos fijos. Las tasas bancarias también eran
seguidas con especial atención y atraídos por los
altos intereses que se pagaban hubo gente que
hasta llegó a vender sus bienes con la ilusión de
“vivir del plazo fijo”.
Era tan rápida la degradación de la moneda
que una marca de autos sacó una publicidad que
decía: “Compre su automóvil al contado y el
importe se lo devolvemos totalmente en un
documento a 90 días”. Y no estaban errados: en
esos días los bancos llegaron a pagar tasas del
40 por ciento mensual, o sea que quién hacía un
plazo fijo podía obtener al cabo de 90 días una
cantidad casi tres veces mayor que la que
depositó.
En los primeros tiempos la gente corría a
comprar con su tarjeta de crédito sabiendo que
cuando le llegara el resumen, los
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VIVIR CON LA HIPERINFLACION
L
LOS AÑOS 80
JUAN CARLOS BATALLER - EDGARDO MENDOZA
Las colas para comprar dólares.
Un fenómeno de los años ‘80.
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