columnista invitado
El famoso Jardín Florido piropeando a dos mu-
jeres en Córdoba
Viernes 22 de diciembre de 2017
17
L
a primera peatonal que conocí
fue la de Córdoba, era la 9 de
Julio, desde Gral. Paz hasta Ri-
vera Indarte o San Martín y Ri-
vera Indarte desde Colón hasta la 9 de
Julio, ambas se comunicaban entre sí a
través de galerías comerciales -una no-
vedad para mí-.
Algunas tardes salía a dar una vuelta al
perro, como decíamos, y me deleitaba
con mirar vidrieras que estaban muy
bien arregladas. Sólo miraba: no tenía
un sope para comprar nada.
Se veía mucha gente alegre, cami-
nando y a la vez charlando amena-
mente. ¡Qué distinto es ahora: vidrieras
enrejadas, otras tapadas con persianas
y gente malhumorada!
lll
Lo que me llamó la atención era ver y
escuchar a un joven jorobado, que ha-
blaba solo mientras caminaba y a su
vez leía un libro en voz alta. Al acer-
carme para curiosear, me encuentro
con que se trataba de un estudiante de
medicina. Un sanjuanino famoso: era
nada más y nada menos que Tito
Rocha. Este muchacho tenía una histo-
ria interesante y era muy querido en
San Juan.
Dicen que cuando era muy pequeño se
le deformó la columna vertebral dorso-
lumbar y los padres lo dejaron abando-
nado en el Hospital Guillermo Rawson
de San Juan. Allí, al parecer, fue muy
bien atendido por los traumatólogos,
quienes le diagnosticaron tuberculosis
ósea.
Prácticamente se crió en el Hospital y
era muy mimado por su discapacidad fí-
sica. Le gustaba cantar y comenzó ha-
cerlo en radio Colón en un programa
que se llamaba La Pandilla del Tío Mel-
chor. Cantaba tangos, lo hacía muy bien
y tenía una voz gruesa de hombre
adulto.
Quizás por estar entre médicos y enfer-
meras se le despertó la vocación por la
medicina. Así es que era una atracción
verlo repasar las lecciones de medicina
caminando y haciéndolo en voz alta.
También de vez en cuando, mientras
caminaba, tarareaba o cantaba un
tango. Se recibió de médico y en San
Juan puso un consultorio.
lll
Hay una anécdota muy jocosa de Tito,
ya como médico. Resulta que un día fue
al Colegio Médico de San Juan a solici-
tar un préstamo personal que la institu-
ción le daba a sus afiliados. Cuando
habló con la secretaria en la mesa de
entradas, esta señorita le dijo
que para acceder al préstamo, siendo
recién recibido, debía conseguir una ga-
rantía de algún colega. La secretaria le
aconsejó que al primer médico que en-
trara al Colegio, le pidiera la firma ya
que era muy conocido y seguramente
no se la negarían.
Tuvo la mala suerte de que el primero
que entró era un médico grande, no
solo de estatura, sino de años de profe-
sión: se trataba de un gran anatomopa-
tólogo, el Dr. Simón, apodado el Loco
Simón por sus bromas pesadas y locua-
cidad.
Tito lo encaró y le dijo: ¿Doctor; podría
Ud. ser garante de un préstamo perso-
nal para mí y firmarme esta solicitud? Y
agregó: Es hasta que me enderece.
El turco Simón lo miró fijamente, le pal-
meó fuertemente la joroba y le dijo: Mirá
pendejo, vos no te vas a enderezar en
la puta vida , dio la media vuelta y se fue
sin firmarle la solicitud al pobre Rocha.
Mucho tiempo después me enteré de
que Tito se había casado y se había ido
a trabajar al campo.
Dicen que tuvo varias esposas y algu-
nos hijos (era muy enamoradizo y gus-
taban mucho de las mujeres). Falleció
joven.
lll
Volviendo a las peatonales, la vidriera
que más me gustaba y me quedaba
mucho tiempo observando era la de la
Casa Cervantes, casa de ropa mascu-
lina de alta calidad y altos precios.
Miraba esas camisas y decía
para mis adentros ¿Cuándo será el día
que tenga plata y pueda adquirir algo
acá?
Estando ya en los últimos años de me-
dicina, por casualidad me hice amigo de
un vendedor de Cervantes, de apellido
Morales. Me dijo: Mira, si te gusta al-
guna camisa, avísame pero no la com-
pres hasta que yo te avise cuando haya
ofertas por que son imperdibles y te va
a costar un 70% menos. Así que sin
querer me empecé a vestir en Cervan-
tes, creo que jamás tuve mejores cami-
sas que esas. Y pensar que las
compraba por chauchas...
También me llamaban la atención unos
vendedores ambulantes que a viva voz
ofrecían la guía de la ciudad: Compren
la nueva guía de la ciudad, con las ca-
lles, avenidas, bulevares, pasajes, pea-
tonales, cortadas, subidas, bajadas,
galerías, etc. Esto me fascinaba porque
San Juan, a pesar de ser en compara-
ción una ciudad muy chiquita, era muy
moderna, con veredas muy anchas y su
trazado simple de calles rectas y man-
zanas cuadradas.
Una de las cosas más hermosas que
me pasaron es haber conocido perso-
nalmente y de casualidad a un perso-
naje famoso de Córdoba, Jardín Florido.
lll
Resulta que iba en un ómnibus que cir-
culaba por Av. Gral. Paz de sur a norte,
cuando era doble mano, a la noche,
casi la hora de cierre del comercio, y al
llegar a la peatonal 9 de Julio, el micro
se detiene de golpe ante la seña que le
efectúa un pasajero.
A pesar de no ser parada autorizada y
desafiando a todo tipo de multa de trán-
sito, el chofer frena y lo deja subir: era
nada más y nada menos que Jardín
Florido -seguro que el chofer lo recono-
ció y por eso lo levantó-.
Al subir, toda la gente, que era mucha,
dirigió la mirada al personaje, quien
agradeció el gesto del chofer diciéndole
a viva voz: Gracias príncipe del volante.
Ese era el tipo de galantería de Jardín
Florido, que siempre tenía un piropo
bello a flor de labio para las mujeres.
También se escuchaban algunos piro-
pos cordobeses con indirecta: iba un
guaso (es muy común entre los amigos
llamarse con los apodos de vago - no
como referido al que no trabaja- loco ,
locazo, locazononón o guaso) junto a su
esposa, caminando por la peatonal,
cuando aparece una jovencita luciendo
un cuerpo despampanante o como
dicen los cordobeses una chichí que
partía la tierra, para colmo con mini-
falda. Este vago la mira libidinosamente
e inmediatamente vuelve la mirada
hacia su mujer a quien le dice: Che
negra, porque no te inmolai. Claro, su
pobre mujer era fea, gorda, petisa y
desdentada.
Probablemente les brotaba el machismo
y en esa época había como una moda
en otros países, la de inmolarse que-
mándose en público.
El tiempo ha cambiado tanto que ahora
la mayoría de los hombres solo sabe
decir groserías, como: Chau yegua, te
rompo toda, etc.
Recuerdos
de Córdoba
Una nota
del Dr. Gregorio
Sánchez