El Nuevo Diario - page 69

Viernes 4 de diciembre de 2015
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E
n San Juan la destitución de gober-
nadores fue un hecho repetido a lo
largo de la historia. Algunos fueron
depuestos por revoluciones, otros destitui-
dos por juicios políticos y hasta varios fue-
ron asesinados. Pero un caso curioso fue el
de don Filomeno Valenzuela, quien juró
como gobernador interino de la provincia el
20 de febrero de 1861. Valenzuela era
un buen vecino, un hombre común, un
personaje del montón sin condiciones
para el mando. Su único mérito era perte-
necer en un oscuro segundo plano al Par-
tido Federal.
s s s
El comisionado federal, coronel Juan Saa,
quería dar una solución política rápida a su
permanencia en la ciudad, luego del asesi-
nato de Aberastain y vio en este buen hom-
bre, teniente coronel de guardias
nacionales, que había acompañado a Vira-
soro como jefe de Policía, una sa-
lida. Así fue como Valenzuela de
pronto se encontró con el cargo
de gobernador interino.
s s s
Y pasó lo que tenía que pasar. Sólo
pudo sostenerse ocho días en el cargo.
Pero la historia merece ser contada pues
demuestra que la gobernación de la provin-
cia no es un cargo fácil. Ya el coronel Saa
se había ido de San Juan y un día don Va-
lenzuela llega a las dependencias del viejo
cabildo, ubicado sobre lo que hoy es calle
General Acha, frente a la Plaza 25 de
Mayo, montado en su caballo. En el mo-
mento que iba a descender de su caballo,
apareció un grupo de unos 40 muchachos
que lo hizo objeto de una rechifla ensorde-
cedora, acompañada por ruidos de latas,
mientras varias piedras lanzadas con hon-
das daban contra la humanidad de don Fi-
lomeno.
s s s
Los chicos, todos menores, estaban vol-
viendo loco a hondazos a Valenzuela
cuando aparecieron los coroneles Melchor
de los Ríos y Francisco Domingo Díaz, los
verdaderos promotores de la singular “revo-
lución” y tomando del brazo al atribulado
gobernador lo ayudaron a entrar al Cabildo
donde éste, temblando aún, presentó la re-
nuncia y se fue a su casa, abandonando
definitivamente la política.
Así pasó sin pena ni gloria la gobernación
de don Filomeno Valenzuela, el gobernador
que fue derrocado por unos muchachos
provistos de hondas.
La revolución de los muchachos
A
lo largo de la historia los sanjuaninos
siempre han hablado de la necesidad
de impulsar un cambio como base
para el crecimiento. —Hay que cambiar el
modelo productivo. —Hay que diversificar la
economía. —Hay que...
Pero en realidad... ¿queremos ese cambio?
Durante el corto lapso que Sarmiento go-
bernó San Juan (9 de enero de 1862 al 5 de
abril de 1864), su gestión se caracterizó por
una marcada impronta renovadora y progre-
sista: creó escuelas, fundó villas, ensanchó
e iluminó calles, alentó la minería... Lógica-
mente, para alentar el cambio hacía falta di-
nero. Y para que el Estado tuviera dinero era
necesario cobrar los impuestos.
Esto bastó para que Sarmiento se fuera que-
dando solo.
—Ya estamos empachados de progreso—,
sostenía la oposición en sus discursos.
Hubo tumultos, manifestaciones y hasta re-
nuncias de empleados de la administración
pública. Los mismos sanjuaninos que lo reci-
bieron como el hombre que los sacaría del
atraso, ahora lo tildaban de loco.
Extrañamente —o no— los cabecillas eran
los que siempre vivieron del presupuesto es-
tatal. —
-Hoy me encuentro sin un centavo en las
cajas provinciales, con urgencias que me he
creado deseando hacer del gobierno un ele-
mento de progreso-, contaba el gobernador
Sarmiento al presidente Mitre.
—Usted debió contentarse con hacer un
gobierno modesto—,
le contestó Mitre.
—Esta provincia, señor, está quebrada y no
tiene más porvenir que las minas que a
Dios gracias son buenas. Tengo mucho
temor que el señor Sarmiento no concluya
su período. Este hombre está triste.
Quiso realizar un pequeño gobierno de
Buenos Aires en una provincia y, natural-
mente, esto no se puede conseguir. De
manera que los sufrimientos domésticos
lo han agobiado y refluyen en las cosas
del gobierno. O más bien, hablando en
plata, Sarmiento es un magnífico tribuno, un
publicista de primera clase... pero inconve-
niente para gobernar. Creo que usted le
haría un inmenso servicio enviándolo en al-
guna misión al extranjero...
La carta con estos conceptos fue enviada por
el observador presidencial Régulo Martínez
el 9 de octubre. Recibida por el presidente
Mitre, éste buscó una salida airosa para el
sanjuanino y lo designó ministro plenipoten-
ciario en los Estados Unidos. Pocos días
después, sin que el pueblo lo saludara como
ocurrió a su llegada dos años antes,
Sar-
miento emprendía a lomo de mula un
nuevo viaje a Chile, en el mayor de los si-
lencios y las soledades.
Empachados de progreso
Domingo
Faustino
Sarmiento
cuando era go-
bernador de
San Juan
Los métodos
de Modestino
A
Cantoni lo acusaban de ser bárbaro, pero lo
cierto es que en aquellos años nadie se an-
daba con chiquitas:
“todos somos angelitos
en este país”
, decía don Fico, dando a entender que
no había
“niños de pecho”
en la política. El colmo
de la manipulación política fue la intervención de Mo-
destino Pizarro, un interventor radical que Hipólito Yri-
goyen envió en 1928.
El 2 de marzo de 1930 hubo comicios para elegir tres
diputados nacionales. La cantidad de votos fraudu-
lenta fue tanta que el hasta ese momento el minús-
culo Partido Radical obtuvo 22.670 votos contra 2.885
de la fuerte Unión Cívica Radical Bloquista que salió
segunda.
El sábado en la noche la Policía de Pizarro había sa-
lido a recorrer las calles.
Cuando veían venir a un hombre caminando sólo,
desde el camión se escuchaba el grito:
—¡Viva Cantoni, carajo!
Y el pobre caminante no podía dejar de compartir la
expresión de adhesión:
—¡Viva!—
respondía.
Inmediatamente paraban el camión y detenían al can-
tonista, al que le sacaban el documento. Resultado,
en lugar de un voto para el cantonismo era uno para
los radicales.
Centenares de denuncias hubo ese día de ciudada-
nos a los que le habían retenido el documento. Pero
el presidente de la Corte, Alfredo Collado, hombre
que vino con Modestino, las rechazó absolutamente a
todas señalando en el acta que “esta junta no puede
hacer mérito para fundar sólo en el secuestro de libre-
tas un juicio adverso a la validez del acto electoral en
razón de tratarse de simples denuncias, las que ni si-
quiera han sido ratificadas por sus autores...”
Modestino
Pizarro
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