la_cena_de_los_jueves2 - page 124

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"los hombres y la juventud de hoy a causa de una atrofia men-
tal peligrosa, sólo ven la virilidad en un sexualismo animal.
Para curar esta concepción aberrativa hay un remedio: estu-
diar la vida y la educación de los griegos y seguir su ejemplo".
No pudo menos que esbozar una sonrisa Jones ante los argu-
mentos leídos y se detuvo en un poema de V. Serrano Clavero
"colaboración especial para Nuevo Diario", titulado
Lucha
macabra.
.
"La misma tapia cercaba
los cementerios rivales,
y un mismo azadón cavaba
aquel suelo que tragaba
ateos y clericales
...
Más en su torpe ceguera,
los combatientes no ven que
mientras en lucha fiera
sucumben por su quimera
y por su mutuo desdén,
subiendo de opuesto lado,
sobre ese muro elevado
que divide a los rivales,
con amor se han abrazado
las ramas de dos rosales".
S
í, la vida con sus matices seguía su marcha.
Ese domingo a las 17 jugaban, con el arbitraje de P. Gil,
Pacífico y San Martín, en el field de Fruticultura y las
damas de San Vicente de Paul invitaban a un té en beneficio de
la obra que desarrollaban.
—¿Es realmente indispensable empujar el cambio?—,
se
preguntaba Jones mientras se servía otra taza de café.
—¿En nombre de qué díos nos transformamos de pronto en
redentores de la vida humana y hablamos de progreso, de
libertad, de justicia, de orden, de derechos y obligaciones?
¿Cuántos somos los que estamos dispuestos a entregar la
vida, a morir o matar en nombre de un puñado de ideas
que a pocos interesan?
En la soledad de aquella sala de la casa de calle Aberastain, las
reflexiones del gobernante iban más allá:
—La mayoría de los sanjuaninos ya tiene programa para hoy.
Unos irán al cine, otros al fútbol. Muchos buscarán el fresco de
Zonda o el lago del parque. El asado del domingo reunirá a
familiares o amigos. Habrá gente que escuchará misa o niños
que tomarán la comunión, jóvenes que buscarán espacios soli-
tarios para entregarse al amor y damas que intentarán compen-
sar con un té benéfico los problemas que ocasionan las diferen-
cias económicas.
—Y aquí estoy yo...
Un hombre que tuvo una pertenencia geográfica cuando iba
montado en un caballo a la escuela, cuando jugaba con otros
niños, cuando pensaba que el futuro era solo una posibilidad
imaginada pero que sólo el presente, con todo lo que nos ofre-
cía, era la vida real.
También tuve una pertenencia intelectual —pensaba Jones—
cuando mi vida pasaba por mis estudios, mis investigaciones,
mis viajes, la enseñanza, la vida de los hospitales.
Tuve también una vida afectiva que fue mía y sólo mía cuando
una francesa me enseñó lo que era el amor y el sexo, cuyo
fruto fue un niño al que casi no he tratado.
L
a taza ya estaba vacía y en pocos minutos vendría la
primera de las personas citadas aquel domingo 20 de
noviembre de 1.921. No obstante lo temprano, Jones
se sintió cansado. Pero no de un cansancio físico. Era un
inmenso cansancio de siglos. Un cansancio que tenía forma de
pregunta:
—Dicen que van a matarme. Mi pecado fue exponer ideas y
propiciar cambios. ¿Es justo? ¿Era necesario que yo alenta-
ra cambios en nombre de mis ideales, de mi partido, de mis
convicciones? ¿Son lógicas las reacciones que he desperta-
do? ¿Por qué yo, un científico, cambié mi mundo por este
otro del que pocos participan pero donde la vida se viste de
pasiones incontroladas, de lealtades, de odios y traiciones?
Lo confieso: no tengo las respuestas.
Hubiera sido mucho más feliz con mis clases y mis investi-
gaciones en el hospital. Y para la gente habría sido más
útil. Nadie habría deseado mi muerte, al contrario.
Pero en la vida no hay ensayos previos. No se pueden
borrar acontecimientos, reelaborar diálogos, cambiar situa-
ciones. Hay que salir a escena. La obra debe terminar. Y
presiento que este puede ser el último acto.
Ilustración: Miguel Camporro
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