la_cena_de_los_jueves2 - page 146

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JONES
revólver. Luego se lo ubicó en la cintura, deba-
jo del cinto, sobre el costado derecho. Bossio
también llevaba un revólver.
—Vayan ustedes adelante que ya los segui-
mos nosotros–,
ordenó Porto.
El ingeniero miró nuevamente su reloj. Eran
las tres y veinticinco.
—Preparate Stockle porque pueden haber
fuegos artificiales.
Domingo 20 — 15.30 horas
El telófono sonó nuevamente en la Seccional
Primera. Dalmiro Oviedo reconoció la voz del
comisario.
—Oime Oviedo. ¿Cuántas armas tenés ahí?
—Hay nueve carabinas y unos mil tiros mi
comisario.
—Bueno, mandame ya mismo toda la caba-
llada ensillada y las armas que haya.
¿Entendido?
—Si señor. Ya mismo.
En ese momento entró a la comisaría el sar-
gento León, que estaba de franco.
—León, agarrá tu arma y andate para la
Central. Han matado al gobernador Jones.
—¿Cómo?
León no tuvo ni siquiera tiempo de armarse
cuando entró Camilo Yañez, saludando amis-
tosamente. Yañez había sido comisario y
todos lo apreciaban.
—¿Cómo andan, muchachos?
—Bien don Camilo. ¿Se enteró del asesina-
to?
—Por eso venía. Quería saber qué ha pasa-
do...
En ese momento vieron entrar a otro hombre.
Escudero lo reconoció. Se llamaba Bossio.
El recién llegado no perdió tiempo en pala-
bras. Sacó un revólver y gritó:
—¡Ríndanse!
Escudero creyó que Bossio bromeaba.
—¿Qué le pasa...? —, comenzó a decir cuan-
do comprendió que la cosa no iba en broma.
—Entreguen todas las armas, ya mismo.
Oviedo vió a León que ante el cariz que
tomaban los hechos intentó salir de la habita-
ción. Fue entonces cuando Yañez sacó una
pistola e hizo fuego contra León.Este pegó un
grito y se tomó la pierna alcanzada por la
bala que era.
Bossio también disparaba contra Oviedo pero
más con fín intimidatorio que para herirlo
pues apuntaba por sobre la cabeza. Escuchó
la voz de León
—No me tire más mi comisario, estoy herido.
—Quédense quietos o los cagamos a
tiros—,
dijo Yañez.
Oviedo alcanzó a ver al agente Herrera que
trataba de esquivar los disparos que le hacian
desde afuera del local.
El cabo Escudero, mientras tanto, huía por
una ventana llevando una bolsa donde guar-
daba las botas. Herrera le siguió los pasos y
también escapó por la ventana.
La voz de Yañez retumbaba en las paredes.
—Oviedo, no te quiero cagar a tiros. Pero
ya mismo me entregás todas las armas y
municiones que tengas...
—Sí, comisario... ya mismo.
Los hombres que habían permanecido afuera
en apoyo del grupo ya habían ingresado a la
comisaría. Reconoció al ingeniero Carlos
Porto, lugarteniente de Cantoni y a Stockle.
En el auto sólo permanecía con el motor en
marcha el chofer Humberto Arancibia.
Cargaron las armas en el vehículo e hicieron
también subir a Oviedo.
—León, subí vos también que te vamos a
curar.
Treinta segundo más tarde todo había termi-
nado. La Seccional Primera de la Policía de
San Juan quedaba absolutamente vacía. No
quedaba ningún efectivo y las armas habían
pasado a poder del grupo revolucionario.
Domingo 20 – 15,45
El auto que conducía Balmaceda se detuvo en
la calle 9 de julio, entre Alem y Catamarca,
1921
20
NOVIEMBRE
Domingo
1921
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Ilustraciones: Miguel Camporro
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