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JONES
Relato de
un testigo
San Juan, 7. -
E
l viaje de San Juan a Pocito, cabece-
ra del departamento del mismo nom-
bre, es corto pues en menos de
media hora recorre el tren la distancia.
Pronto aparecen las huertas sanjuaninas, tan
bién cuidadas que dan la impresión de la
constante labor. Y esta se alternan con las
viñas, que dan la nota característica de esta
campiña ubérima.
A la derecha corta, al parecer a escasa distan-
cia, la línea del horizonte, el macizo de la sie-
rra. Me dicen que son las primeras estibacio-
nes. Atrás hemos dejado el Villicum, que se
ve desde la ciudad y vamos hacia la serranía
de Las Flechas.
Llegamos al paradero de Villa Krause, pobla-
ción recientemente formada, y de cuyos pro-
gresos da idea el grupo de casa entre las
viñas.
Poco después me muestran también unos
eucaliptus, que se hallan a la vera del camino
de tierra. Allí lo fusilaron a Aberastain y una
cruz sencilla renueva el recuerdo del goberna-
dor sanjuanino, sacrificado en aras de la auto-
nomía de su provincia. Y sin querer uno pien-
sa en el temple de los gobernadores de otras
épocas.
E
l pueblo que lleva el nombre del
mártir aparece pronto entre el verde,
fresco y uniforme de sus arboledas.
Al costado del riel se suceden las viñas, en
partes hasta donde alcanza la vista.
El camino de tierra cruza por Aberastain la
línea del ferrocarril y sigue luego a la dere-
cha, como si deseara bordear la sierra.
Poco después llegamos a Pocito, con su her-
mosa estación de material, adonde convergen
en gran cantidad los frutos de la zona.
Estamos ya cerca del sitio de la tragedia y nos
dirigimos hacia La Rinconada, haciendo en
carricoche, gentilmente ofrecido, el último
tramo del mismo trayecto que hizo hace poco
más de dos semanas el gobernador Jones.
No es grande la distancia de La Rinconada a
la estación. Habrá quizás unas doce cuadras.
A nuestra izquierda se ve de pronto una suce-
sión de casa bajas. Frente a una puerta un
cabo y un agente del guardiacárceles están de
consigna.
—Esa es la casa de Miranda—
nos dicen.
Y nos encontramos ya en el sitio del suceso.
Por la curiosidad que la profesión sugiere,
examinamos desde el frente la casa de donde
se hicieron las descargas. Alguien nos obser-
va que estamos parado en el mismo sitio que
ocupó el automóvil del gobernador.
De las tres puertas de las casa de Miranda
Jamenson, dos están cerradas y lacradas por
orden de la autoridad. Corresponde la primera
a un salón de billar, después está la que guar-
dan los soldados del guardiacárceles, que está
abierta y por la que se ve el interior de la
casa, con galerías al costado y la otra puerta
es de un pequeño almacén.
Como no he solicitado autorización no me
permiten la entrada al interior.
Alcanzo a ver en el salón del billar unos mue-
bles demasiados modernos, que contrastan a
primera vista, así como la clase de las dos
puertas que dan al zaguán de la única puerta
abierta.
Las paredes del frente de la casa son de tierra
apisonada, con una mano de cal. El techo de
la casa es bajo y una acequia corre a los dos
costados de la calle.
E
n la acera de enfrente, sobre la acera
se ven un plátano y un fresno gran-
des y una variada vegetación alegra
el conjunto, mientras rumorea incanzable el
agua en las acequias y el sol se oculta tras de
los cerros próximos al tos, apeñuscados y
majestuosos en su sombría inmobilidad.
A lado de la casa de Miranda Jamenson vive
don Manuel Agüero, primo hermano del
gobernador asesinado. El señor Agüero me da
los detalles que le pido.
—Fue poco después de las doce,
— me
dice—
cuando el automóvil del pobre
Amable paró frente a mi puerta. Solía
almorzar aquí a veces y me invitó a que lo
1921
DICIEMBRE
UNA VISITA A POCITO
Jueves
8
Nuestro enviado especial llega hasta el
lugar donde fue asesinado el Dr. Jones.
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