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En estos días sin sol es bueno ponerse bajo la ducha y lavarse de
pies a cabeza.
Hasta que no quede ni el más leve signo de tristeza. Ni una
brizna mínima de escepticismo. Ni una mueca siquiera de
desencanto.
Es casi imprescindible hacer un balance y no mezquinarle a la
columna del
“debe”.
¿Sabe? Todos, tenemos cuentas pendientes con la vida.
Tene‑
mos cuentas pendientes con nosotros mismos.
Casi sin darnos cuenta fuimos perdiendo elementos constituti‑
vos de la esencia humana.
Nos fuimos cercenando el derecho a la ternura, la vocación
por la alegría, el deber de buscar la felicidad.
Fuimos dejando de lado palabras como esperanza, ilusión, en‑
trega.
Nos olvidamos de convocar a la imaginación, nos negamos a
identificar momentos mágicos.
En una palabra:
nos endurecimos hasta desorientar a la vida.
Así se fueron acumulando cuentas personales. Porque todos
nos confundimos. O a todos nos confundieron.
Se nos fue la juventud acumulando cosas.
Nuestros hijos crecieron casi sin que nos diéramos cuenta,
mientras nosotros estábamos distraídos pagando cuotas del
auto, del televisor, de la casa, de la computadora...
Les salieron los primeros dientes y aprendieron a hablar y cami‑
nar mientras nosotros estábamos absortos tratando de crecer
profesionalmente para poder pagar una planta de plástico, la
última remera de marca, el teléfono celular.
Crecieron, estudiaron y hasta se graduaron mientras nos
abrumábamos entregando horas de nuestras vidas para tener
medicina prepaga, seguros, jubilación, un sitio en un cemen‑
terio, televisión por cable, tarjeta de crédito, libreta de che‑
ques.
La cena de los jueves
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