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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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Quienes querían desprestigiarlo le decían el
“alfombra”,
dando a entender que se mantenía en su puesto por su obse-
cuencia. Pero no era así: se mantenía por su eficiencia.
Alfredo decía:
-El mundo se divide en dos clases de hombres. Los que
nacieron para mandar y los que nacieron para ser manda-
dos. Yo soy el mejor entre los que nacieron para ser man-
dados
.
Yañez debe ser el único argentino que hizo un curso de cali-
grafía en La Sorbona.
Y a pesar de ser un simple empleado del gobierno provincial,
era socio del exclusivo Jockey Club de Buenos Aires.
Precisamente en el Jockey tuvo lugar esta anécdota que cuenta
uno de los funcionarios que trató a Yañez durante su paso por
el gobierno.
Después de la caída de Perón no era bien visto tener un pasado
peronista en el selecto Jockey Club. Y uno de los socios, de
apellido Ramos Oromi, se dedicaba a mortificar a Yañez por
su peronismo.
El caso es que un día Alfredo reaccionó.
-Oiga... ¿usted se refiere a mí?–,
le preguntó a Ramos.
-Sí a usted–,
fue la respuesta.
Una piña bien puesta recibió el insolente antiperonista. Que
cuando pudo reponerse no tuvo otra salida que retar a duelo a
Yañez.
Y en aquellos años, un duelo –aunque estuvieran prohibidos-
era una
“cuestión de caballeros”.
Yañez no tuvo más remedio que aceptar el reto.
Pero había un detalle.
Ramos Oromi era
campeón argentino de esgrima
.
Y como él se sentía ofendido tenía derecho a elegir armas.
Y, lógicamente, eligió el florete.
Yañez designó padrino al doctor Emilio “Coco” Hardoy, con-
servador de rancia estirpe.
El paso siguiente era averiguar cómo salir del enredo.
Los duelos, como se sabe, eran
“a primera sangre”.
Es decir,
quién resultara herido era el perdedor y el honor del triunfador,
estaba salvado.
Los amigos de Yañez lo aconsejaron:
-Lo importante es que no dobles el brazo que sostiene la
espada.
Mantenelo siempre derecho y lo más extendido
posible. Es la única forma de evitar que te mate.
Yañez escuchó el consejo.
Pero sabía que no había forma de evitar que el campeón lo
hiriera o incluso lo matara.
Estaba tan preocupado que hasta hizo su testamento.
Llegó el día del duelo.
Y allí estaban los contrincantes cuando amanecía en los bos-
ques de Palermo.
Ramos tomó el arma con estilo e hizo unos movimientos que
demostraron su habilidad.
Yañez con los ojos semi cerrados tenía el brazo bien estirado,
siguiendo el consejo de los amigos.
De pronto Ramos intenta una estocada y se lleva por delante la
espada de Yañez, hiréndose en el hombro.
Intervienen los padrinos, Ramos está herido. Hay sangre.
Terminó el duelo.
Según cuentan, Ramos Oromi no volvió a pisar nunca el
Jockey Club, ante tan grande vergüenza que había pasado.
(Contado por Ricardo Basualdo)
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