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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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la revolución
O
rganizar una revolución no era tarea fácil a principios
del siglo XX en San Juan.
Una prueba de ello fue la que organizó el coronel Carlos
Sarmiento para derrocar al gobernador Manuel José Godoy.
Las revoluciones –como la de Sarmiento o el asesinato de
Jones o el derrocamiento de Cantoni en 1.934- estaban a cargo
de algunos políticos, comerciantes, profesionales u obreros
que decidían usar las armas para cambiar las condiciones de
vida. No olvidemos que recién en la segunda década se llega-
ría al voto universal y secreto y que las mujeres podrían votar
a partir de 1.927 en San Juan y de 1.952 en el resto del país…
El coronel Carlos Sarmiento conducía el Partido Popular. Y
gente de este partido como de otras tendencias entre las que
estaban el Partido Independiente, el Club de la Juventud y el
Club de la Libertad se habían reunido para derrocar al gobier-
no.
Había profesionales como Ventura Lloveras, Domingo
Cortinez, Carlos Conforti, Victorino Ortega, Augusto
Echegaray, Javier Garramuño…
Un amigo de Sarmiento envió desde Uruguay a un grupo de
milicianos. En realidad se trataba de jóvenes románticos dis-
puestos a luchar donde se los convocara. Algunos de ellos se
quedaron en San Juan donde constituyeron familias, como
Eloy Pinazo. Los milicianos llegaron varias semanas antes del
hecho y transmitieron sus experiencias.
Las armas fueron traídas desde Buenos Aires y Chile.
Contaban con 180 fusiles Winchester o Mauser y 30 mil tiros,
traídos en paquetes dentro de los camarotes del tren por la
esposa de don Nilamón Balaguer. Los rifles se fueron bajando
Los revolucionarios de 1907.
(Foto del libro El San Juan que Ud. no conoció)
en estaciones intermedias para luego ser llevados a la ciudad
en carros cubiertos con verdura. Desde ahí se repartían a los
revolucionarios por los medios más inverosímiles, como por
ejemplo, un ramo de flores.
Se habían preparado también rudimentarias bombas con fras-
cos a los que se colocaba un poco de nitroglicerina, un fulmi-
nante y una mecha. Se encendía la mecha y se tiraba el frasco.
Como no tenía proyectiles, poco daño hacían pero…
¡metían
un ruido bárbaro!
El distintivo era una boina vasca, de color rojo y el
“santo y
seña”,
la palabra
“Libertad”.
En fin, todo estaba listo, los cantones formados, los revolucio-
narios prestos para actuar, algunos acompañados por sus hijos
y de pronto… a las 3 de la mañana se desató una fenomenal
tormenta.
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