la_cena_de_los_jueves2 - page 86-87

Juan Carlos Bataller
86
Anécdotas de la política sanjuanina
87
—¿Me permite que la acompañe?—,
preguntó la cubana,
solícita y cuando escuché que alguien hablaba mi lengua
materna, casi suelto el llanto ahí mismo.
—Señora, ¿se anima a que yo la acompañe,
me tiene con-
fianza?—,
preguntó la cubana. Y yo:
—¡Pero claro que sí, se lo pido por favor, llévenme aunque
sea a Siberia, pero sáquenme de este laberinto!
Quién sabe a qué sector del subsuelo de la ciudad había ido a
parar, la cuestión es que viajé acompañada por la gentil cubana
más de una hora hasta llegar a la estación Smolenskaia. La
cubana me depositó en la puerta de la Embajada y con un
guiño me recomendó que tuviera cuidado, no fuera a perderme
nuevamente, que la ciudad era muy grande.
Pero lo peor estaba por llegar, en la figura del señor embaja-
dor,
mi esposo, quien me recibió sonriente, leyendo el diario y
diciéndome:
—¡Ah...! Con que ya volvió la paseandera....
Nunca supe si él se quedó atrás porque la gente le impidió
subir al coche conmigo, o si lo hizo a propósito para que yo
aprendiera de la manera más difícil. Hasta el día de hoy no sé
lo que pasó.
(Contado por Ivelise Falcioni de Bravo)
que él me había dado un suave empujoncito para ayudar-
me a subir al coche—
y mientras las puertas se cerraban a
mis espaldas oí que mi esposo me decía, agitando la mano
como despedida y sonriéndome tan tranquilo desde el andén:
—¡Acordate de la estación Smolenskaia!.
Y nos fuimos cada uno por su lado. El de vuelta a la embajada
y yo sólo dios sabía, apretujada en un vagón de subterráneo,
entre extranjeros, sin hablar el idioma, sin conocer la ciudad,
completamente perdida.
¡No sabía qué hacer...!
Hice montones de recorridos,
me bajaba en terminales, cruza-
ba por arriba o por debajo de algún puente, entraba en otra
línea, otro vagón, entretanto iba diciendo en voz alta:
-ia
argentina, ja
argentina (soy argentina).
Y por supuesto nadie me prestaba atención. En realidad qué
podían contestarme...: “
mucho gusto, ja ruso...”
No tenía la menor idea de dónde me encontraba, suponía que
si se hacía muy tarde alguien saldría a buscarme, que de algu-
na manera me rescatarían, o que me arrestarían por sospechosa
de algo, que seguramente a la corta o a la larga a algún lado
iba a ir a parar.
Me vino a la cabeza que alguien me había enseñado a decir
ja
supruga paslá Argentina
(soy la esposa del embajador argen-
tino), y repitiendo esas palabras como en letanía me acerqué a
una soviética de gorrito azul, una boletera del subte, que se
debe haber apiadado de esa señora de aspecto cansado, un
poco despeinada, que parecía completamente perdida: yo,
Ivelise de Bravo, que ya estaba al borde del agotamiento físico
y mental.Por ese andén precisamente pasaba una cubana, que
le pareció cara conocida a la boletera rusa, tal vez una usuaria
frecuente del servicio.
La detuvo, le pidió que tradujera lo que la señora intentaba
comunicar.
1...,66-67,68-69,70-71,72-73,74-75,76-77,78-79,80-81,82-83,84-85 88-89,90-91,92-93,94-95,96-97,98-99,100-101,102-103,104-105,106-107,...128
Powered by FlippingBook