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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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Ya había sido gobernador propietario, en 1.828 y dos veces
gobernador accidental, en 1.829 y 1.836.
Durante su larga actuación pública, don Timoteo tuvo no
pocos enfrentamientos. Uno de ellos fue con Sarmiento, en
1.839 cuando, siendo ministro de Benavides criticó los gastos
que representaba para el erario la impresión de El Zonda.
Sarmiento, siempre fogoso, lo destrozó en un artículo, sindi-
cándolo de
“corrompido y malvado”.
Aunque siempre fue un hombre ligado al poder,
Maradona no
quiso asumir responsabilidades permanentes pues su esposa,
Antonia Videla, pasó muchos años muy enferma.
En 1.844 fallece doña Antonia y un año más tarde don
Timoteo abandona la vida política para incorporarse a la igle-
sia.
Fue así como se desempeñó como provisor primero y goberna-
dor eclesiástico del Obispado de Cuyo luego.
En su papel de sacerdote no dudó en enfrentarse con el gober-
nador Francisco Diaz quien en 1.858 lo puso en prisión para
finalmente deportarlo a Paraná de donde regresó repuesto en
sus cargos y dignidades por un decreto del 5 de febrero de
1.857 firmado por el vicepresidente de la Confederación
Argentina, en ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional, Salvador
María del Carril.
Maradona, el hombre que ocupó los máximos cargos civiles y
eclesiásticos,
murió el 24 de agosto de 1.863, a los 70 años,
durante la gobernación de Sarmiento.
30 años de silencio
S
i alguien recorre el cementerio de la Recoleta, en Buenos
Aires, descubrirá un mausoleo que llama la atención.
Pertenece a la familia de un gobernador sanjuanino,
Salvador
María del Carril
quien a los 24 años ocupara el máximo
cargo provincial.
Ese mausoleo es la representación final de una situación que
se prolongó durante décadas en vida de sus moradores.
La historia merece ser contada y comienza cuando el autor de
la Carta de Mayo se casó con Tiburcia Domínguez, una dama
de carácter. Pronto comenzaron las desavenencias que se pro-
fundizaron a un extremo tal que
durante 30 años no se diri-
gieron la palabra.
El primero en morir fue Del Carril y el odio de doña Tiburcia
por su marido se prolongó aún más allá de la muerte, como
que dejó precisas instrucciones testamentarias para que se
construyeran dos esculturas que los recordaran pero...
que
éstas se dieran la espalda.
Es así como puede apreciarse a Del Carril cómodamente senta-
do en un sillón mientras su esposa, inmortalizada en un busto,
le da la espalda con gesto adusto.
Monumento
de Salvador
María del
Carril y
Tiburcia
Domínguez,
en el cemente-
rio de la
Recoleta
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