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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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Esa noche Roca descubrió el dulzor de las mieles sanjuaninas,
advirtió lo límpido de su cielo, olvidó sus ambiciones, sepultó
el horror de las batallas y se entregó al amor.
Entonces las manos demostraron que podían hacer algo más
que empuñar un arma y los labios se olvidaron de discursos
mientras una joven sanjuanina vivía su noche inolvidable.
Sólo un día más permaneció el coronel en la provincia. Al ter-
cer día subió a su caballo y se alejó rumbo al sur. Otras bata-
llas lo esperaban. Algunas con las armas en la mano. Otras, en
la trastienda del poder, en una carrera que lo llevaría a la cima.
Y aquí quedó la joven sanjuanina. Y allí se fue su joven coro-
nel, a encontrarse con Clara Funes, su amante esposa.
Diez años después, volvió Roca. Era el 12 de abril de 1885.
Habían pasado diez años.
Venía otra vez como triunfador.
Era el presidente de los argentinos. El presidente de un país
que crecía a ritmo vertiginoso, que se transformaba en la meca
de miles de europeos que soñaban con emigrar a “la américa”
para olvidar el hambre. Un país que debía construir un hotel de
4 mil plazas, el Hotel de los inmigrantes, para brindar cobijo
hasta que se instalaran definitivamente a quienes descendían
de los barcos con sus baules de ilusiones.
Roca estaba de nuevo en San Juan y traía el más fenomenal
factor de progreso de los pueblos: el ferrocarril.
Otra vez las campanas al vuelo. Otra vez los agasajos.
El presidente, ya general, se hospedó en la casa de don
Arnobio Sánchez y su esposa Dalinda Balaguer.
Con un gran lunch se lo agasajó en el hermoso edificio de la
escuela Sarmiento, ubicado donde hoy está la escuela Antonio
Torres.
Por la noche hubo un suntuoso baile, con la asistencia del gran
mundo lugareño.
Al día siguiente el presidente devolvió atenciones con un
almuerzo que ofreció en la residencia de don Ventura
Larrínaga y su esposa Clotilde Balaguer.
Y al tercer día, como la vez anterior, volvió a partir. Pero esta
vez en un cómodo vagón preparado especialmente para él por
el Ferrocarril Andino.
Lo que pocos supieron es que durante su estada, Roca volvió a
ver a aquella joven sanjuanina que conociera diez años atrás.
Esta vez no hubo pasión.
Pero las manos del presidente de 42 años volvieron a transfor-
marse. Y se vistieron de ternura.
Ella traía de la mano a un chico de nueve años, que era el vivo
retrato del general.
Roca lo tomó de la mano y lo besó.
Ese chico sanjuanino pudo completar sus estudios con el apor-
te que alguien siempre hizo llegar a su madre en nombre del
Zorro del desierto
, por dos veces presidente de los argentinos.
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