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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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usted me diga...
—Usted sabe que mi familia está en Caucete...
—Así es...
—Bueno, yo había decidido aprovechar la ocasión para...
no sé cómo decirle... bueno, recibir a una señorita.
—Pero don Juan...
— contestó Salmuni con una sonrisa cómplice.
—El caso es que para que esta señorita venga... yo no ten-
dría que estar acompañado. ¿Me entiende no? Ella prefiere
mantener su anonimato.
—Por supuesto que lo entiendo.
—Por lo que si usted no tiene inconvenientes ni se opone a lo
que... bueno... a lo que yo voy a hacer, le pediría que me deja-
ra un momento sólo acá hasta que la señorita venga y entre.
—Faltaba más, don Juan y pierda cuidado que ésto nadie lo sabrá.
En la tercera pasada el breack se detuvo y la extraña mujer
descendió, entrando rápidamente en la casa.
Aquel hombre que llegó disfrazado permaneció varios días
escondido en la casa de Maurín que continuó con sus vacacio-
nes en Caucete.
Doña Josefa González, que vivía por la calle General Paz entre
Mendoza y Entre Ríos, al lado de la casa de su primo segundo
e importante dirigente cantonista, Rodríguez Pinto, fue la
encargada de traerle todos los días comida y lavarle la ropa.
Josefa no se visitaba con su pariente y gozaba de la confianza
de Maurín en cuya casa trabajaba cada tanto.
Tiempo después el hombre fue sacado de San Juan y enviado a
La Rioja.
Don Salmuni nunca comentó el episodio. Pero contaba Maurín
—que nunca quiso revelar el nombre del perseguido a su fami-
lia—, que más de una vez lo miraba como diciendo:
—¡Quién iba a decir que don Juan Maurín también era
capaz de tirarse una canita al aire...!
(Contado por Raquel
Maurín de Mó)
Amable
Jones
premonición
A
quel lunes 7 de noviembre de 1921 había sido agotador
para el gobernador Jones.
Sentado en un sillón de su domicilio particular, el gobernador
dialogaba con algunos de sus hombres más cercanos. Estaba el
jefe de Policía, Honorio Guiñazú, el ministro Justo Zavalla y
uno de sus colaboradores, José Palermo Riviello.
—Doctor, yo creo que debemos tomar recaudos porque las
amenazas continúan...
—¿Le parece, doctor Zavalla?
—Hoy mismo llegó al ministerio un anónimo que indicaba
que usted debe dejar inmediatamente San Juan o será ase-
sinado por traidor a la patria chica.
—Nunca falta un loco... –, dijo el gobernador.
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