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Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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una canita al aire
E
ran tiempos bravos en la política sanjuanina. En cada
elección todos los protagonistas de la vida provinciana
sabían que no sólo estaban en juego las ambiciones y los idea-
les de cada uno. Hasta el pellejo estaba en juego.
Y en esto no había distingo de colores. Lo mismo ocurría con
los conservadores que con los bloquistas o los radicales.
Esta historia tuvo lugar a mediado de los años 20. Gobernaban
los bloquistas y a los conservadores les tocaba sufrir.
Don Juan Maurín, que luego sería gobernador en 1934, vivía
entonces en la calle Mendoza, casi llegando a 9 de Julio.
Era verano y Maurín con su familia —como lo hacían siempre
para la época estival— estaban instalado en la finca de Caucete.
Pero aquel día don Juan tenía un compromiso político en la
ciudad. Tenía que ayudar a salvar la vida de un correligionario.
El caso es que desde hacía algún tiempo Maurín tenía escondi-
do en una finca de su propiedad en Pocito a un hombre al que
buscaba el oficialismo por problemas políticos.
Juan
Maurín
El caso es que urgía sacarlo de aquella finca.
El operativo se puso en marcha.
Al hombre lo traerían disfrazado de mujer. Y lo esconderían en
la casa de Maurín hasta que pudieran sacarlo de San Juan.
Maurín envió a hombres de su confianza a buscarlo en su
coche tirado por dos caballos.
—Cuando comience a atardecer ustedes lo traen. Si está
todo tranquilo yo los estaré esperando en la puerta de mi
casa. Si no estoy en la puerta o alguien me acompaña, uste-
des sigan de largo porque significa que hay problemas.
Llegó el atardecer y don Juan se instaló en la puerta de su
domicilio. De pronto vio aparecer por la calle Mendoza su
coche. Y en ese mismo momento se le acercó don Salmuni,
colchonero vecino. Y comenzó a darle conversación.
El caso es que los hombres que iban en el coche tirado por
caballos vieron a Maurín acompañado y siguieron de largo,
con aquella extraña mujer a bordo.
Y Maurín que no sabía cómo hacer para que terminara aquella
tarde con Salmuni. Pero entre que “la tarde está calurosa”, que
“como está la familia”, que si “en Caucete hace más o menos
calor”, los minutos pasaban.
Maurín vio que su breack volvía a aparecer a lo lejos. Y él no
podía meterse en su casa porque su ausencia significaba que había
problemas. Y no podía estar acompañado por la misma causa.
Eran las instrucciones que él mismo había dado. La única posibili-
dad era que Salmuni volviera a su negocio y lo dejara solo.
Para colmo de males, Salmuni era simpatizante bloquista.
Maurín era un hombre muy formal. Y cuando el coche pasó por se-
gunda vez no tuvo más remedio que intentar un recurso desesperado.
—Don Salmuni, tengo que hacerle una confidencia.
—Lo escucho, don Juan.
—Se trata de algo reservado...
—Por favor, don Juan, si usted no lo desea nadie sabrá lo que
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