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Juan Carlos Bataller
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Como que fumaba 80 cigarrillos diarios. Dos paquetes y medio en la jor-
nada matutina y uno y medio por la noche.
Las salidas nocturnas
Había algo que aterrorizaba a los colaboradores de Ruiz Aguilar:
que
les pidiera que lo acompañaran en algunas de sus salidas nocturnas.
Esta anécdota fue contada por Reynaldo Botella.
“El gobernador solía reunirse con correligionarios, en alguna casa. Otras
veces las reuniones se hacían en Cabú, un boliche de no muy buena
fama de la zona de Rawson.
Ruiz Aguilar llegaba a medianoche, comía con amigos, charlaba de po-
lítica.
Pero lo peor era cuando a las 2 de la mañana se le ocurría:
-¿No hay unos matecitos para tomar?
Si le servían mate, la charla seguro que se prolongaba hasta las 5 de la
mañana.
Era el estilo de Ruiz Aguilar, fuera gobernador o estuviera en el llano.
La sopita de hospital
Otro hábito de Ruiz Aguilar era su afición a la sopa. Con la comida no
hacía problemas, se conformaba con un simple bife. Pero la sopa era in-
faltable, “la sopa de hospital”, como la llamaba, que en realidad consis-
tía en un simple caldito. Su bebida preferida era la Coca Cola. A veces,
cuando tenía que hacer un brindis en alguna reunión, aceptaba un poco
de vino tinto pero los mozos sabían que inmediatamente tenían que
traerle el vaso con Coca Cola. “La gente pensará por el color que se trata
de vino tinto”, decía con picardía.
Los domingos por la mañana, el gobernador también concurría a la Casa
de Gobierno.
Era el día que, ya sin saco ni corbata, destinaba a firmar despacho y
charlar con sus colaboradores.
Pero ese día había un agregado:
hacía servir chocolate, mate y churros.
Un gobernador con vértigo
Pero no sólo en los horarios, las comidas y las bebidas Ruiz Aguilar era
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