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GOBERNADORES DEL SIGLO XIX EN SAN JUAN
Los próceres en carne viva
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Pero no tenía alternativas.
Todas las otras soluciones tardaban en llegar y las versiones sobre que
Nazario Benavidez sería asesinado de un momento a otro, desesperaban
a su esposa. Y aquel González, de aspecto repulsivo era el jefe de la
guardia apostada en la prisión de Benavides.
-Así que usted quiere que se lo deje libre al general....
-decía Gonzá-
lez.
-Teniente, yo no quiero que lo maten.
-Quédese tranquila, señora. Veré qué puedo hacer.
-¿Puede darle un mensaje a mi marido?
-Si señora, lo que quiera.
Varias veces se entrevistó la señora con González. Este le transmitía
mensajes de Benavides y a su vez le llevaba al general palabras de su
mujer.
-Señora, usted sabe que no es fácil para mi la ayuda que le estoy pres-
tando. Los guardias sospechan que yo traiciono al gobierno.
-Yo le agradezco su apoyo.
-Pero... usted sabe, señora... para poder seguir actuando algo tengo
que darle a los muchachos de la guardia...
-Dígame usted teniente lo que debo traer y lo conseguiré...
Lo que no sabía Telésfora es que cada vez que dejaba el cabildo, Gonzá-
lez entraba al despacho del gobernador Gómez Rufino,
- ¿Y? ¿Qué le ha dicho la generala? -,
preguntaba el gobernador.
-Está dispuesta a cualquier cosa por liberar a su esposo.
-¿Sigue confiando en usted?
-Aparentemente sí. Yo le he pedido 18 onzas de oro por colaborar en la
fuga.
-¿Y qué le ha dicho?
-Que las conseguirá.
La última reunión de Telésfora con el jefe de la guardia fue ya para con-
cretar detalles.
-Dígale a Benavides que el 24 (de octubre) a la siesta será liberado.
-Sí señora. ¿Tiene todo dispuesto?
-Sí, teniente. Nuestros amigos van a venir armados ese día. Usted sólo
tiene que entregar al prisionero.
-Quédese tranquila que así se hará.
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