Viernes 8 de julio de 2016
15
desde hace 23 o 25 años.
—¿Tiene hijos?
—Tengo cuatro hijos, están todos bien,
son profesionales. Yo era muy ahorrador,
trabajaba para ellos, en primer lugar esta-
ban la madre y los hijos.
—¿Tiene contacto con ellos?
—No, es que yo he venido rumbeando,
una sola carta me llegó una vez cuando
estaba en Mendoza.
—En la residencia ¿de qué actividad se
—Al ser psicólogo debe estar acos-
tumbrado a las entrevistas.
—Sí. No ejerzo más porque me cansé,
hice psicooncología durante muchos
años y es duro.
—¿Cómo se siente en la residencia?
—Hay un cambio muy importante, esta
gestión está más comprometida al jun-
tarnos (con el centro cultural) y hay una
apertura que repercutió afuera. Yo
estoy dando el taller de alfabetización
con Carlos Barreiro (otro residente), es
para adultos de aquí y de afuera. Hay
mucha gente que se olvidó de escribir y
leer por la edad o por sucesos que ha
pasado.
—¿Quién le propuso ingresar?
—Por un problema personal me quedé
en la calle.
—¿Tiene contacto con su familia?
—Sí, pero están lejos, aparte de que se
terminó esa familia que tenía. Mis hijos
son grandes ya, nos hablamos más con
mis nietos.
—¿Y cómo se sentía con la idea de
entrar a la residencia?
—Estoy acostumbrado a estar con gru-
pos, de chico estuve en pensiones y la
vida hospitalaria es parecida. Me siento
muy cómodo. Viene mucha gente a co-
nocernos y a apoyarnos. Esto también
ayuda a la reactivación de esa gente
que está dormida esperando la
muerte. El INADI trabajó muy bien ese
tema, hay mucho material para adul-
tos mayores, para que sepamos el
proceso que estamos pasando.
—¿Cómo lo tratan y cómo le diría a
la gente que lo traten?
—Acá está el respeto que corres-
ponde. Estoy haciendo un curso de
computación en la Universidad Nacio-
nal de San Juan y nunca me trataron
mal. Será que depende de la clase so-
cial, a veces leo en los diarios sobre
maltrato y está en las periferias y lu-
gares alejados.
—¿Usted se sigue formando y se
mantiene al tanto de actividades
que puede hacer?
—Sí, la vida continúa y hay que seguir
para adelante, es lo que todos tienen
que entender.
—Uno se imagina que en la resi-
dencia los adultos mayores no pue-
den hacer muchas cosas.
—No, a todos se les da actividad. Al-
gunos se resisten, pero a la larga en-
tran porque quieren recuperarse,
todos estamos acá por una problemá-
tica.
“Todos tenemos una
mochila, la soledad”
desde el hogar, ambién podemos alegrar”
“La vida continúa y hay
que seguir para adelante”
CARLOS CODÓ
encarga?
—Un día la directora me dijo: “Francisco,
¿usted sabe algo de huerta?”. “Algo me
defiendo”, le dije. Así que ahí tengo la
huertita, ya tiene almácigos, lechuga,
acelga, cebolla, rabanitos, zanahorias. Me
nombraron jefe pero soy jefe mío nomás,
cuando empecé el laburo con la anchada
se apichonaron todos.
—¿Cómo surgió el proyecto para que
pronto empiecen a hacer pan casero?
—Un día le dije a la señora Sonia que sé
hacer pan. Yo fui maestro panadero en
—¿Qué actividad tiene a su
cargo?
—Soy la coordinadora de tejidos.
Vienen señoras a aprender y nos
han acompañado haciendo mantitas
para el Hospital de Niños y Casa
SAHNI. Después de esa entrega,
quedó el proyecto de hacer escarpi-
nes y chalequitos. Además, estoy
yendo a una escuela técnica para
aprender tejido industrial, eso lo
pienso volcar acá.
—¿Cómo empezó con el taller?
—Me lo propuso la directora.
Cuando vine, hace unos cinco años,
solo tenía lo que me daba la institu-
ción y no era suficiente para lo que
quisiera adquirir en forma personal.
Me ayudaron muchos las kinesiólo-
gas, psicólogas, la acompañante te-
rapéutica y me dijeron que podía
tejer y vender eso. Yo ya sabía tejer,
mi mamá era muy tejedora. Eso me
sirvió para tener dinero hasta que
tuve otros ingresos. Me siento muy
bien ayudando a que otros apren-
dan y devolviendo al hogar lo que
me da a mí. Acá cada uno tiene la
posibilidad de abrirse en lo suyo y el
incentivo lo da el hogar porque reci-
bimos mucho.
—¿Cómo llegó a la residencia?
—Es una historia triste, de violencia
familiar, abandono y enfermedades.
Yo conocí este hogar hace veinte
años, cuando era totalmente distinto,
venía con mi parroquia. Era muy pe-
noso, todo estaba destruido y los an-
cianos abandonados. Acá vine en
estado de shock, pensaba en cómo
era antes y lloraba sin parar. Después
fui sintiendo el cariño de las personas,
de las psicólogas, kinesiólogas, fue
un acompañamiento muy importante
para insertarme como residente y
ahora pienso en terminar mis días
acá.
—¿Cómo vivís la apertura del
hogar a la comunidad?
—Es muy grato para nosotros, porque
todos tenemos una mochila muy
grande que es la soledad, a veces lo
disimulamos para no enfrentarnos con
la realidad, pero es por lo que hemos
caído acá. Si hubiéramos estado
acompañados e integrados en el seno
familiar, no tendríamos necesidad de
un hogar de ancianos. Pero acá se
logra paliar la situación con los com-
pañeros, me tocan compañeras de
habitación muy buenas y son como mi
familia.
Salta, trabajé en una panadería muy
grande y acá está la máquina de hacer
masa, alguna sobadora y dos hornos pizze-
ros. Prontito me voy a poner a hacer eso.
—¿Le gusta cuando le dicen abuelo?
—Algunos se ofenden y yo les digo “ya es-
tamos viejos, ¿qué querés que te digan?,
¿pendejo?”. Siempre busco el humor y
trato de apaciguarlos si se enojan.
—Ahora le están tramitando la jubila-
ción, cuando la tenga, ¿le gustaría
quedarse o alquilar en otro lugar?
—Primero tengo que operarme de la
rodilla. Si me siento mejor me gustaría
trabajar. En el Banco Nación me ofre-
cieron trabajar de sereno.
—¿Hay alguna otra cosa que le
gustaría hacer?
—Estamos por hacer otro Club del
Clan, no es para agrandarse sino para
estar activos. Nuestra idea es apren-
der las canciones y salir a los departa-
mentos a actuar, que nos conozcan,
que sepan que nosotros desde el
hogar también podemos alegrar.
ISABEL PIEDRA