El Nuevo Diario - page 18

H
ace casi treinta años se fue de
San Juan. En esa época, Rubén
González se sentía desencajado
en una provincia que parecía árida para
sus canciones. Solo le daban consuelo
sus clases en la escuela de música, sus
alumnos de guitarra y sus compañeros de
la música, sobre todo su amigo Daniel
Giovenco, ese que se burló de su adoles-
cente bigote en la Escuela Boero. Algo tan
simple como andar por la calle con el pelo
largo no era sencillo, aunque la democra-
cia entraba triunfante al país. En 1988
partió junto a quien hoy es su esposa y la
madre de sus dos hijos, Renata Gangemi,
a Nueva York.
Allá trabaja para la organización The Art
Connecttion con la que lleva su música a
las escuelas, además de tocar junto a su
banda. Como lo hace cada dos años, este
mes regresó a San Juan. Esta vez tiene
un condimento especial porque está gra-
bando sus canciones en el estudio de Ser-
gio Manganelli. Además, cantó en la Feria
Artesanal del Mercado Regional y en la
actividad “Entre cordilleras, música de Los
Andes” en el Teatro Sarmiento.
—¿Cómo decidiste irte a Nueva York?
—Tengo un hermano allá. El panorama
político y artístico no era muy amplio. Yo
tenía 23 o 24 años y había cierta aridez.
Iba a la escuela de música, trataba de ser
compositor, pero esa era la única opción,
eso y escuchar rock nacional y mis ami-
gos con los que nos nutríamos. También
pasó que caí demasiadas veces preso por
averiguación de antecedentes.
—¿Era la época de la dictadura?
--La primera vez que caí preso Alfonsín
estaba asumiendo y la última fue en la
plaza de la jorobita, en el 87. Eran las 23 y
la policía nos dijo que nos teníamos que ir.
Nos acusaban de haber roto vidrieras, sa-
limos en el diario, nos quemaron y trata-
ron de drogadictos. Pensé “voy a seguir
yendo de un estudiante de guitarra a otro
y a cada rato no poder trabajar de esto, o
acepto la invitación de mi hermano”.
—¿Qué hacía tu hermano allá?
—Se fue en el 81. Es gay y allá había
mayor libertad, es antropólogo. Vivía en
Buenos Aires pero en el 79 y a lo mejor
ahora también, es terrible para los gays.
—¿Cómo te adaptaste a esa ciudad?
—Me costó porque un poco de mi corazón
había quedado acá. Empezás a trabajar, a
conocer gente, a echar raíces todavía
pensando en San Juan. Al principio todos
queremos volver.
—¿De entrada pudiste dedicarte a la
música?
—No. Con mi esposa nos pusimos una
compañía de limpieza, nos daba libertad
para trabajar y educarnos. Nunca tuvimos
tanta plata como a los tres años después
de que llegamos, limpiando casas e ino-
doros. Estábamos en la zona del SoHo,
cerca de mucho arte. Ahí conocí un ale-
mán que tocaba el acordeón y había
hecho tangos con un cantante argentino.
Formamos un grupo y después agrega-
mos un bajista japonés, un menjunje.
—¿En algún momento te hizo ruido
vivir en Estados Unidos?
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Viernes 29 de julio de 2016
—Allá me cambió el mundo, tuve que aco-
modar todas las fichas. Nosotros tenía-
mos una frase “una desconfianza
saludable de la autoridad”. No fui anar-
quista pero siempre le huí a la persona de
autoridad. Seguí teniendo esa actitud pero
ya pasaba por otra cosa. Necesitaba
poner pie en tierra firme y aprender inglés.
—¿Cuánto pasó hasta que pudiste de-
Soy artista docente
de la organización The Art
Connecttion, su lema es
proveer una experiencia
artística auténtica
dicarte por completo a la música?
—Mucho. Me dedicaba a la música pero
no dejaba de trabajar. Otra cosa en la que
nos involucramos con mi esposa fue en
video documental. El primero lo hicimos
de lo que nos tocaba a nosotros, la gente
que limpiaba. Mostrábamos lo duro que
era, la incomprensión, las aspiraciones, la
dicotomía de ser artista y tener que limpiar
casas de gente extraña, el acoso sexual
con las mujeres, la falta de pago.
—¿Cuándo dejaste de querer volver?
—No sé. Estuve como siete años sin vol-
ver, volví en el 96 y las cosas habían cam-
biado muchísimo. Se tomaba cerveza. Ahí
dije “ah, todo cambia, no puedo volver”. Ni
yo era yo, ni San Juan era el mismo. A la
vez, en Estados Unidos había cinco mil
posibilidades de laburo. Me quedé y estoy
contento con mi decisión.
—¿Hoy qué actividades tenés?
—Soy artista docente de la organización
The Art Connecttion, su lema es proveer
una experiencia artística auténtica. Van a
las escuelas y les dicen: Los chicos de
quinto necesitan clases de escritura, o los
de primero de danza. A mí como maestro
me exigen que lleve mi música. Hago
temas neutros para que todos canten y
me encanta cuando los maestros no tie-
nen la posibilidad de repetir lo que digo
pero los chicos sí, eso les da mucho
poder, sobre todo a los inmigrantes que
todavía no se encuentran. Además, hace
años que trabajo en una escuela con per-
cusión y tengo mi banda.
—¿Y con tu banda?
—Tocamos en El Taller Latino Americano,
que fue fundado por el mendocino Ber-
nardo Palombo, él hacía música para
Plaza Sésamo. Después toco en Shrine,
un lugar de música del mundo y este año
me contrataron para trabajar en La Escue-
lita, enseño castellano a chicos de 2 a 4
años.
—¿Qué significa volver a San Juan?
—Vengo cada dos años, pero Giovenco
me hace hacer bulla. Acá tengo mi mamá
y mi hermana, para mí es un shock volver.
Pareciera que no porque conozco la len-
gua, la cultura, paramos en la casa en la
que crecí. San Juan me recuerda quien
soy, casi en una forma violenta. Giovenco
entiende mi conflicto cultural. Al principio
quería creer que San Juan me quedaba,
pero entre las caídas en cana, las incom-
prensiones con la música, era como que
no me quedaba, o lo más doloroso, yo no
le quedaba a San Juan.
Desde Nueva York, está de re-
greso Rubén González, junto
a sus canciones, su mujer y
sus hijos. Después de muchos
años de sacrificio se ganó su
lugar en Manhattan. Hoy tra-
baja compartiendo su música
junto a su banda y dando cla-
ses en escuelas.
RUBÉN GONZÁLEZ, EL CANTAUTOR SANJUANINO ADOPTADO POR MANHATTAN
“San J
uan
me recuerda
quién soy, casi
en una forma
violenta”
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