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Ante el
asesinato político
Parece evidente que con el asesinato
del gobernador, los sanjuaninos han
deseado cerrar uno de los periodos guberna-
tivos más accidentados de la vecina provin-
cia. Mejor dicho, han apelado al asesinato
político como recurso extremo, para resolver
un problema de política general que no pare-
cía tener solución posible dentro del juego de
las instituciones.
El hecho así planteado, reviste una importan-
cia suma. Equivale a decir que en plena evo-
lución hacia la consolidación institucional, un
pueblo argentino se ha visto precisado a
recurrir a un arbitrio repudiado por la ética y
la cultura política para solucionar cuestiones
que hoy, después de sesenta años de prácti-
ca de la Constitución, debían y podían ser
resueltas mediante la aplicación honrada y
patriótica de sus mandatos
Los Andes
Diario de Mendoza
166
JONES
cial, sino que rehuía la compañia de las perso-
nas que acostumbraban antes andar con él; se
diría que de propósito quería andar solo para
que hubiesen las menos víctimas posibles, si
era que realmente le querían matar.
En los últimos días hizo algunos paseos solo,
por lo menos sin las personas que le demos-
traban querer, sin siquiera llevar a un jovenci-
to, hijo de su ama de llaves, al que tenía
entrañable afección y que era el compañero
obligado de todas sus giras.
Algunos paseos hasta podían ser sospechos de
melancolía para los espíritus suspicaces y sen-
timentales, como el del sábado 19 al atarde-
cer, en que pidió al hijo de su amigo Pereyra,
que le conducía el automóvil a su casa de
vuelta de una visita a la de éste, que le llevase
“por el lado del río, para tomar un poco de
fresco”.
Se dice —versión no confirmada— que Jones
ha dejado un testamento en el que lega el
importe de un seguro de vida a su ama de lla-
ves y al jovencito citado,
y da los nombres de
sus futuros asesinos.
Pero creo más bien que esta falta absoluto de
precaución, se debe a que el doctor Jones con-
fiaba más que en ellas, en su propia bondad.
No creía que hubiera en San Juan quien fuera
capaz de matarle. ¿Acaso había hecho mal a
nadie?
Así era. Nunca hizo él daño a ninguno, pero
había quien lo hacía en su nombre y trataban
de mantenerlo alejado de su pueblo, encerrán-
dolo en su atipático círculo de hierro.
A
sí llegó el día señalado. El domingo
20 de noviembre.
El camino de la ciudad a Pocito, que
se había hecho en la actual administración,
sobre la base de la calle Mendoza, corre de
norte a sur y hoy se llama —ya se han puesto
las plaquetas correspondientes— Gobernador
Jones.
Allí está en la cercanías, el paraje denomina-
do La Rinconada, a mitad de camino entre
Pocito y Villa Aberastain.
El almacén de Miranda, da frente al oeste y
tiene cuatro puertas corridas, de las cuales
pertencen tres al negocio y una a la casa habi-
tación; no tiene ventanas.
Junto a ella precisamente, más al norte, está la
casa de don Manuel Agüero, comisionado
municipal de Pocito y primo también del
gobernador.
Como también primo es don Victoriano
Agüero, a cuya casa, cinco cuadras más abajo,
se dirigía Jones.
E
l doctor Elio Cantoni, hermano de
Federico, y su eficaz compañero de
campaña de un tiempo atrás, partió
de San Juan poco después de la una de la
madrugada del domingo llevando en su auto-
móvil a don Benito Urcullu, el peón de éste,
Tiburcio Parra, a los hermanos Ricardo y José
María Peña Zapata y algún otro, probable-
mente. Llevan también provisión de guerra
suficiente.
Media hora más tarde llegan a la casa de
Miranda y empiezan con sigilo, pero tranqui-
lamente sus preparativos con el propietario,
con Emilio Sancassani y otros hasta llegar al
número de once que según afirma la policía
es el de los autores materiales. Se distribuyen
las armas y la parte que les corresponde en la
tarea.
Miranda se encargará de manejar una pistola
Browing con la mano derecha y las dos gra-
nadas con la izquierda. Parra, habilísimo tira-
dor del Remington. Urucullu y los Zapata, de
las carabinas Winchester. Los demás se repar-
ten las restantes.
Tiburcio Parra, que es ahijado del doctor
Jones, sostuvo en su declaración que
“él no
quería matar a su padrino, pero lo obliga-
ron”
, lo que es poco creíble porque no le
hubiera sido muy difícil eludir su participa-
ción.
Todo se hace sin temor, porque como el día
que se inicia es domingo, no puede despertar
sospechas que el almacén permanezca cerra-
do.
E
l gobernador ha resuelto hacer el
viaje en un automóvil Dalton usado,
que le han ofrecido en venta y para
probarlo elige en lugar de su “chauffeur”,
Guillermo Correa, a Leonardo Heard, apoda-
do el “Inglés” y cuya habilidad para manejar
y conocer autos es conocida.
Cerca de las once de la mañana, el automovi-
lista va a buscas a don Juan Meglioli, al presi-
dente de la Suprema Corte de Justicia, doctor
Luis Colombo y luego a la casa del goberna-
dor, donde suben éste y un empleado de la
oficina de Rentas, don Humberto Bianchi, que
es algo así como su secretario privado.
Se ponen en marcha, sentándose adelante, a la
izquierda Bianchi y a la derecha el “Inglés”.
Atrás, a la izquierda, el doctor Colombo; en el
centro, el señor Meglioli y a la derecha, el
doctor Jones.
Ilustración: Miguel Camporro
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