la_cena_de_los_jueves2 - page 73

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Una intervención a la
provincia muy particular
JONES
¡Qué hombre misterioso era don Hipólito!
Era imposible de arriar.
¿Cuántos políticos se habrían autoimpuesto
dos décadas de abstenciones electorales
para lograr una reforma que terminara
con el fraude?
Para algunos,
más que un caudillo era un
santón.
Estaba por encima del resto de la dirigencia,
era inflexible en sus ideas y a pesar de ser
contrario a los discursos grandilocuentes y a
la demagogia, cuando seducía a alguien,
lo
dejaba prendado para toda la vida.
Amable Jones era su amigo. Eso estaba claro.
Pero las cosas se habían salido de madre en
San Juan. Y hacía falta una mano política
muy hábil para encauzarlas sin desistir
de los objetivos.
Una mano que, evidentemente, no era la de
Jones, un hombre con alma de científico y
absolutamente consustanciado con la causa
pero que no despertaba adhesiones ni tenía
las condiciones naturales del líder.
No quedaba más alternativas que
intervenir a San Juan.
Pero... ¿cómo hacerlo sin desplazar
al gobernador amigo?
Acá aparece la picardía política
del presidente.
C
orría la primera semana de marzo y
el presidente envió la ley de
intervención para que el
Congreso la sancionara.
Los legisladores leyeron el mensaje y advir-
tieron que el texto del proyecto era ambiguo.
Pedía la intervención de San Juan con el
objeto de
“restablecer la regularidad
funcional de su gobierno”.
—Esto no es una intervención—,
decía la
oposición.
—¿Qué quiere decir con restablecer la
regularidad funcional? ¿Abrir la
Legislatura, reponer a los jueces,
suspender el juicio político, hacer como si
nada hubiera pasado?
P
ero el viejo sabía lo que quería.
Y no se inmutó cuando los
legisladores fueron más concretos
en el texto de la ley:
“Declárase intervenida la provincia de San
Juan a objeto de garantir y asegurar el
funcionamiento constitucional de los pode-
res legislativo y judicial y del régimen
municipal de la referida provincia”.
Cuando leyó el texto, Yrigoyen sonrió.
En el decreto reglamentario dispuso que los
poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial
debían
“abstenerse todo acto tendiente a
modificar la situación existente al tiempo
de dictarse la ley de intervención”
¿Cuál era la situación existente?
La justicia funcionaba con los comisionados
designados por Jones y la Legislatura
estaba cerrada.
El paso siguiente era designar al interventor.
El elegido fue
Raymundo Salvat,
un jurista
de nombre, especialista en derecho civil.
¿Por qué un jurista?
Porque su misión consistía en interpretar las
causas del conflicto y dar un fallo definitivo
sobre la cuestión planteada.
A todo esto ya había pasado un mes.
El 21 de abril llegó Salvat a la provincia, en
medio de una gran expectativa.
Los opositores festejaban creyendo que los
días de Jones estaban contados.
El gobernador, en cambio, no se inmutó por
la presencia del hombre venido de la Capital.
Ordenó que le proporcionaran toda la
información que necesitara y se puso
a su disposición.
Salvat comenzó a reunirse con los sectores.
Los primeros en solicitarle una entrevista
fueron los legisladores.
—Doctor, hemos decidido reunir ambas
cámaras en asamblea
—Lamentablemente, no puedo garantizar
esa reunión.
—¿Por qué, doctor?
—Porque aun no se ha desalojado a
la policía del edificio.
Los diputados salieron con un
gusto amargo de la reunión.
—¿Qué clase de interventor es si no puede
desalojar a la policía?—,
se preguntaban.
Aunque no se lo habían dicho al interventor,
el objetivo era concluir el juicio a Jones,
destituyendo al gobernador.
Y debían hacerlo cuanto antes pues sólo
faltaba una semana y media para que
venciera el mandato de trece legisladores y
querían convocar a elección.
T
ras permanecer unos días en San
Juan, el interventor regresó a Buenos
Aires con una idea clara de lo que
estaba ocurriendo.
En la provincia cada sector estaba convenci-
do que Salvat había comprendido sus
argumentos y por eso, aunque nada había
cambiado, se vivían días de tensa calma.
Como si las imágenes estuvieran
congeladas.
Como si faltara aun la chispa que
desencadenara los hechos por venir.
Que
inexorablemente vendrían.
El otoño en San Juan era hermoso.
Pero estaba anunciada una gran tormenta.
Y los pronósticos se cumplirían.
El otoño en San Juan
era hermoso.
Pero estaba anunciada
una gran tormenta.
Y los pronósticos
se cumplirían.
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