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–Pero el nuevo modelo desarrolla una velocidad de 240 kiló‑
metros por hora.
–Oime, yo nunca pasé los 120 y no tenemos rutas para veloci‑
dades mayores…
–Pero… ¿no te entusiasma tener un auto con limpia parabrisas
de intermitencia variable con detector automático de lluvia, pa‑
rabrisas con desempañador eléctrico y protección infrarroja,
guantera refrigerada…
–La verdad que ni siquiera pensé en eso—,
atiné a decir mien‑
tras seguía caminando en dirección al auto, sintiéndome a cada
paso más viejo, más anticuado, más alejado de la realidad.
El mundo cambia muy rápido.
Nosotros, pobres humanos, vemos sin poder opinar cómo los
hechos son cada día más fugaces y se tornan obsoletos ni bien
irrumpen en una realidad cada vez más cambiante. Todo se
convierte en perecedero, se degrada ni bien sale a la luz.
Y es entonces cuando alguien como yo, veterano de mil guerras
domésticas, se pregunta:
—¿No debería haber un equilibrio entre la velocidad del cam‑
bio del medio y la rapidez limitada de la reacción humana?
Espere, espere, espere…
Yo creo en los cambios.
Me maravillan los progresos científicos, los avances en la medi‑
cina, la nueva era de la comunicación satelital, Internet…
Soy conciente que todo en la naturaleza es un proceso;
no existe
una inmutabilidad de las cosas
, porque todo, incluyéndonos a
nosotros mismos, estamos en proceso de cambio. Pero advierto
también que la evolución cultural y social
es demasiado rápida.
La tecnología es el poderoso motor del cambio que rige la ma‑
yoría de los demás procesos sociales.
¿Por qué?
Sencillamente, porque necesita para su aplicación métodos, téc‑
nicas, sistemas, estructuras, procedimientos y símbolos a los
La cena de los jueves
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