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abuelos. Era una historia conocida.
–Fernando… ¿Dijiste que nadie le está robando?
–Así es. Hablé con el remisero y él me dijo que generalmente
lleva al abuelo a la casa de una señorita, en la Avenida España o
a otra en la calle Pedro Echagüe…
–¡¿Cómo…?!
La pregunta la hicimos tres o cuatro al mismo tiempo.
–Sí, el remisero lleva primero al abuelo a la farmacia, allí se baja
el conductor, compra una pastilla de Viagra de 100 miligramos
que le encarga el abuelo y luego lo deja en la dirección que él le
indica y que saca del diario…
–¡Qué lo tiró al veterano!
–Una hora después el abuelo regresa a casa, paga al remisero y
le da una propina. Ese es el misterio de la plata…
–¿Y lo hace muy seguido?
–Si está bien de salud, una vez por semana.
Hasta aquí la historia del abuelo. Pero las preguntas que queda‑
ban eran muchas.
–¿Tu abuela sabe de esas aventuras?
–No, pobre vieja. Ya pasó los 80 y ni se acuerda del sexo.
–¿Le contaste a tu mamá?
–¿Estás loco vos ? Empezaría a decir que es un viejo verde, un
degenerado, lo retaría como a un niño… Le dije que el remisero
no sabía que le hubieran robado y que ahora va a prestar más
atención al tema.
–Y vos… ¿te quedaste tranquilo?
–Hablé con una sexóloga amiga y me dijo que es normal que la
gente anciana tenga deseos sexuales y que ahora con el viagra,
puede incluso satisfacer esos deseos. Además me dijo que lo
peor que podía hacer era tratarlo como un niño o a un degene‑
rado, que eso lo mataría…
–¿Cómo es el tema?
–Me dijo que a los 80, sólo uno de cada dos varones tienen pro‑
La cena de los jueves
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