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que compartirlo con amigos, que un poema de amor ilumina el
rostro de una secretaria, que el tiempo de una charla no está
perdido... Y que de pronto la lectura, ese viejo hábito para mu‑
chos en vías de extinción, puede hacer vibrar afanes adormeci‑
dos.
Porque debajo del traje o del uniforme de todos los días, se‑
guimos escribiendo poemas, continuamos soñando con la can‑
chita del baldío, aún temblamos con el primer beso y nos
siguen emocionando las canciones cuyas letras entendemos.
En estas cosas pensaba mientras asistía a la presentación del
libro.
Porque, pese a todo, se siguen escribiendo libros.
Se siguen editando semanarios que sólo una parte de la pobla‑
ción lee.
Continuamos escribiendo artículos que llegan a mucha menos
gente que las declaraciones de Maradona o los invitados de la
Legrand.
Nada de eso competirá con el rating de Show Match, de Susana
o de Fútbol de Primera. No modificarán nuestras pautas de
vida ni despoblarán asilos ni evitarán que los chicos prefieran
las canciones en inglés.
Pero... ¿sabe qué pasa? Están hechos para cada uno de nosotros.
En este mar inmenso que es hoy la comunicación, son la botella
que lleva el mensaje de un corazón náufrago.
Y bastará que alguien la recoja
—sólo uno—
para estar justifi‑
cados.
Juan Carlos Bataller
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