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los abandona la idea de volver a ser huéspedes de la Casa Ro‑
sada y temen que esas memorias les jueguen en contra”.
Aparecieron sí, libros escritos por encargo como “Memoria polí‑
tica”, de Raúl Alfonsín; “El último de facto”, de Reynaldo Big‑
none; “Mi testimonio”, de Alejandro Lanusse y “Universos de
mi tiempo”, de Carlos Saúl Menem. Pero en ninguno de estos
casos aparece un conjunto de ideas sistematizadas que puedan
considerarse un legado doctrinario.
¿Y en San Juan qué pasó? ¿Alguien recogió el legado de Sar‑
miento y del Carril?
La influencia de la intelectualidad ha sido realmente escasa. Es
como si la acción primara por sobre el pensamiento. No hay li‑
bros escritos por gobernantes que hayan incidido en el pueblo o
al menos generado debates de altura.
Hay, por supuesto, excepciones. Como puede ser la de Horacio
Videla que ejerció la vicegobernación en la época del conserva‑
dorismo y es autor de una muy documentada Historia de San
Juan. O los libros de poesía y recuerdos del ex gobernador Al‑
fredo Avelín. Pero no hay material que constituya ideas ordena‑
das sobre el ejercicio del poder o al menos puedan considerarse
propuestas doctrinarias.
Como tampoco escribieron libros o dictan conferencias los cor‑
tistas sanjuaninos ni los legisladores.
Si buscáramos un pensamiento original y que vaya más allá del
simple enunciado de medidas tendríamos que remontarnos a la
Constitución cantonista del 27 y, tal vez, a algunos enunciados
de la Constitución del 86 que, si bien no fueron innovadores, tu‑
vieron la virtud de adelantarse algunos años a lo que sucedería
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