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Nada. Absolutamente nada.
Pero quien los vierte ni siquiera se
da cuenta.
Recuerdo los años como corresponsal en Italia.
Una vez por semana salíamos a cenar con un grupo de colegas
de distintos países.
Luego de pasar revista a los temas de actualidad, nos habíamos
propuesto que cada cena uno de los contertulios hablara de la
realidad de su país.
Fue así como todos nos enriquecimos escuchando al correspon‑
sal de Izvestia hablar de la entonces Unión Soviética, al repre‑
sentante de The Sun de Londres contarnos por qué los ingleses
mantienen la monarquía o al alemán del semanario Der Spiegel
explicarnos la situación que generó el muro de Berlín.
Todos preguntábamos, todos agregábamos vivencias pero a
nadie se le habría ocurrido utilizar como argumento “este es co‑
munista” o “los ingleses nos robaron las Malvinas”
Le preguntaba a un sociólogo amigo a qué se debe esta nueva
tendencia en la Argentina.
Me dio algunas explicaciones.
–Este es el país de los opuestos: unitarios o federales, River o
Boca, peronista o antiperonista, zurdo o facho, libros o alparga‑
tas.
–Eso fue siempre así..
–A esto debemos agregar que la gente en lugar de formarse se
informa cada vez más. Entonces, quien leyó un libro de autoa‑
yuda quiere discutir con el psicólogo, el que hizo una dieta para
adelgazar que leyó en una revista cree saber de nutrición, rece‑
tamos un antibiótico porque a un amigo le hizo bien. Damos
lecciones de justicia, seguridad, planeamiento urbano… En una
palabra, estamos intoxicados de mala información pésimamente
digerida.
Juan Carlos Bataller
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