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cas, de... todo. Y todos las conocían.
Y es acá donde apareció el tema de estas líneas.
Porque cada vez que nombrábamos una marca,
nombrábamos
una empresa y pensábamos en un país.
Y atrás de cada marca o empresa hay trabajo físico e intelectual,
inteligencia, capitales, generación de riqueza, bienestar para
mucha gente.
Por eso, todos los países defienden sus empresas, les facilitan
sus radicaciones, las liberan en lo posible de cargas impositivas.
Esas empresas
son más importantes para sus países que miles
de mástiles con banderas, que cientos de himnos y que un mi‑
llón de discursos patrióticos.
En la Argentina las cosas son distintas.
Cambia un ministro de Economía y la gente contiene el aliento.
Oiga, que no sólo se preocupa la gente común.
Inmediatamente sube o baja la bolsa, el dólar, la plata que se va
o que llega al país.
En cambio, cierra una empresa que da trabajo a 500 obreros y a
nadie se le mueve un pelo.
¿Es tan difícil entender por qué nos va tan mal?
Pensemos un poco. ¿Qué pasaría si un día desaparecen cin‑
cuenta bancas en la Cámara de Diputados o volviéramos a tener
dos senadores por provincia como era antes del Pacto de Oli‑
vos?
Nada, absolutamente nada.
¿Y si se eliminaran dos ministerios?
¿Pensó alguna vez qué podría ocurrir si los miembros de la
Corte Suprema fueran cinco en lugar de nueve o si en San Juan
los cortistas fueran sólo tres?
Nada, señores, nada.
Todo seguiría exactamente igual
Pero una empresa que se vaya de San Juan,
una sola,
significa
La cena de los jueves
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