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mientos, se había colocado botox en los labios…
–Ya estabas en el juego…
–Pero ya no era lo mismo. Seguí investigando y vi que el cabello
era teñido pues no coincidía con otras partes. La dentadura era
demasiado pareja para ser propia. Y por tantear le dije “qué
lindo te quedan los pupilent celestes” y me respondió; “¿Te gus‑
tan? Tengo otros verdes…”
–Todo era falso.
–Claro. Se había hecho las lolas, usaba medias que ocultaban
imperfecciones en las piernas, llevaba tacos como de diez centí‑
metros…
–Bien de chapa y pintura.
–Vos lo has dicho. Pero tenía como 70 años la veterana.
–Bueno, Julio, vos tenés 65…
–¡No vas a comparar..! Además es muy distinto un hombre que
una mujer. Cuando a las mujeres les fallan las hormonas enveje‑
cen muy rápidamente. Se les ponen las carnes flácidas, se les
desdibuja la papada. En cambio el hombre pierde mucho más
tarde la tonicidad de la piel, tiene otro tipo de arrugas. ¿Qué
querés que te diga? Cuando salgo me gusta hacerlo con una
mina de 30 no una enfermera jubilada…
–¿Y qué hiciste?
–Por decirle algo, le pregunté la edad. Me contestó: “elegí un
número entre 35 y 70”. Elegí el 69, por cábala. Y la muy cara‑
dura me dice: “¡Exagerado!”
–¿Cómo terminó la noche? La intuición me dice que algo
pasó…
–Ni en broma lo digas. Qué van a decir mis amigas si saben que
me comí un garrón con una veterana de 70…
Pobre Julio.
Todos queremos la eterna juventud.
Y nos horroriza vernos en espejos ajenos.
La cena de los jueves
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