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ahora al menos tiene la tranquilidad del cargo público o la jubi‑
lación de privilegio.
Quizás si al pequeño viñatero le hubieran dado los créditos que
vía promoción o diferimiento le dieron al gran empresario, aún
seguiría produciendo. Y lo mismo ocurriría con el industrial
que apostó al crecimiento en el momento equivocado, cuando
otros apostaban al plazo fijo.
O tal vez si alguien averiguara de dónde sale plata para grandes
inversiones, descubriríamos que
no hay tanta diferencia de ca‑
pacidades entre ganadores y perdedores.
Quizás. Sólo quizás.
Son preguntas.
Pero no hay tiempo para respuestas.
Los perdedores caminan entre nosotros sin nadie que los ad‑
mire.
Ya no sueñan con ser tapas de revistas ni vivir el gran amor.
Se conforman simplemente con un lugar en la vida.
Un mimo, una sonrisa, quizás simplemente recuperar una ca‑
ricia.
Es cierto. Hay miles de nuevas oportunidades.
Pero no es fácil recomenzar después de haber perdido.
No es fácil tener ganas de recomenzar a los 40.
Y no es fácil que alguien dé oportunidades a los 50.
Lo cierto es que hay ganadores y perdedores.
Y los perdedores están aquí, entre nosotros.
Este es el gran desafío que, como sociedad, tenemos en este
nuevo milenio.
No alcanza con que los números macroeconómicos digan que
estamos creciendo, que aumenta la riqueza.
No nos tranquiliza el hecho de que el problema sea universal.
Debemos al menos,
hacer el intento de acercar un salvavidas
al
Juan Carlos Bataller
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