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A veces, cuando recordamos nuestra niñez, cuando pensamos
en la vida de nuestros padres o abuelos, nos preguntamos:
¿Era necesario tanto progreso junto?
Pero no hay tiempo para preguntas.
Porque aparece una nueva máquina y deja a diez personas sin
trabajo. Que es como dejarlas sin presente y sin futuro. Porque
cuando la máquina suplanta el trabajo humano, ese trabajo
no
existe más para los humanos.
Sólo es trabajo para máquinas.
Porque viene el megamercado y cierran cien pequeños comer‑
cios.
Y ya no hay posibilidades para ese comerciante. No le ofrecerán
un pequeño kiosco en el megamercado. Ni la gerencia de la sec‑
ción fiambrería o el departamento de tiendas.
No hay tiempo para preguntar por el futuro del ejecutivo que
fue suplantado por el master de Chicago ni por el gerente del
banco al que le cerraron la sucursal.
Tampoco tiene sentido averiguar a qué se dedicará el viñatero
que quedó fuera de escala productiva. O el industrial superado
por la competencia. O el empleado desplazado por la informá‑
tica.
No hay tiempo para preguntarnos.
Si lo hubiera quizás alguien nos explicaría
por qué se pierde o
por qué se gana en la vida.
Tal vez —sólo tal vez— alguien nos diría que
no eran tantos los
méritos
del que se hizo millonario siendo contratista del Estado
y ahora es un multimillonario quedándose con las privatizacio‑
nes de ese mismo Estado mientras empresarios de tres genera‑
ciones iban a la ruina.
A lo mejor nos explicarían que no había tanta diferencia intelec‑
tual entre el ejecutivo o el profesional que se quedó sin trabajo y
el que nunca produjo pero una vez se acercó a la política y
La cena de los jueves
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