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a Fidel Castro, es muy sencillo.
Cualquiera lo hace.
Echar la culpa de nuestros problemas a los de afuera es tan sim‑
ple que
ni siquiera necesitaríamos dirigentes para hacerlo.
Pedir que todo lo haga el Estado es tan elemental que da ver‑
güenza ajena plantearlo.
Lo difícil es poner en marcha empresas, generar trabajo ge‑
nuino, ser competitivos en un mundo globalizado.
Y volvemos al comienzo de la nota.
Porque… ¿sabe lo que es más triste?
En el exterior no conocen nuestras empresas.
A lo sumo identifican a algunos deportistas, como Fangio, Ma‑
radona, Guillermo Vilas o Gabriela Sabatini.
Sólo somos noticias en notas que hablen de la desaparición de
personas, de funcionarios corruptos, de crisis económicas o de
problemas sociales.
Y cuando leen esas noticias, sólo mueven la cabeza y dicen:
–Tienen que haber luchado mucho para destrozar un país tan
rico... ¿no?
La cena de los jueves
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