pero el lenguaje del dibujo fue mi primera
herramienta de comunicación. Entonces,
dibujar, dibujar, dibujar, dibujar, un día
empecé a dibujar casas, un día empecé a
jugar a las casitas como todos los niños y
yo digo que estaba tan entretenido, que
no me di cuenta que años después me
recibí de arquitecto. Entre el estar ha-
ciendo espacio con cartones y tablas en
el fondo de casa con mis otros dos her-
manos, a convertirme en un hacedor de
casas en la realidad fue como un proceso
continuo de formación. No me di cuenta
cuando me recibí, cuando hice mi primera
casa y cuando llegué a ser profesional.
—Ese fue un cambio en lo humano im-
portante, pasar de tener una familia a
estar solo.
—Sí, muy importante y además muy enri-
quecedor porque el despegarse de los
padres muchas veces es muy doloroso
pero es muy formador. Te consolida como
un tipo que te tenés que bancar solo. Y
eso me pasó a mí. Yo llegué acá un pri-
mero de febrero de 1967 y el día dos em-
pezaba el cursillo preuniversitario para
estudiar arquitectura. Me sorprendió San
Juan. Me maravilló la Avenida Rawson,
que fue por donde entramos. Me maravi-
llaron los árboles, realmente era mágico
estar en una ciudad tan linda.
—Has visto que la memoria tiene por
—A eso quería llegar. La persona de
más influencia fue tu madre.
—Sí, en algunas cosas, sí, y en otras, mi
padre.
—En la parte profesional, tu madre.
—En la parte profesional y de este apego
hacia las cosas sensibles de la vida, mi
madre. Ella fue la que me mandó a estu-
diar dibujo, con una profesora que era
Gringa Poblet. Hablar de ella en San Luis
era, y es, hablar de una prestigiosa artista
plástica que además dictaba clases.
—¿Qué edad tenías?
—Yo tendría 5 o 6 años y mi madre me
mandaba a que aprendiese a “sentir el
olor del arte”, así decía ella. Y realmente
el arte tiene olor, tiene aroma, paisajes y
espacios. Yo me acuerdo que entraba a
unas salas, salones o sería una cuestión
gigantesca que yo la veía a partir de mi
escala de niño. Muchas veces uno cree
que las cosas son gigantes cuando las ve
de niño. Entonces, yo entraba a salones
gigantescos, en la casa de esta mujer, de
piso de madera tirada, que eran como
lonjas, y tenía cuatro caballetes en las
puntas. En uno nos enseñaba carbonilla,
en otro acuarela... era una cuestión má-
gica. Ir a estudiar a esa sala tenía un
valor incalculable para mí, por el solo
hecho de respirar ese aroma de arte.
—A partir de los sentidos nace el arte...
—Ahí uno entiende qué olor tiene la car-
bonilla, qué olor tiene la fruta de la com-
posición de la naturaleza muerta que te
ponían para que vos dibujaras. Y ahí
viene todo. Me acuerdo con mucha cali-
dad de los rayos de luz que entraban por
ese estudio, que dibujaban “oblicualida-
des” en el espacio, que a mí me sorpren-
dían. Entraban por las persianas a 40 y
50 grados y a mí me cautivaban. Eso sir-
vió para mi formación después.
—Y ahí empieza a nacer tal vez el ar-
quitecto.
—Yo creo que sí. Después de dibujar y de
empezar a tener esa capacitación en el
dibujo, llamale cercano a lo que significa
el arte, empieza toda una inquietud para
expresarme a través del dibujo, era mi
lenguaje. Después aparecen otros len-
guajes, porque a mí me gusta escribir
—¿Qué pasó con el Pajarito?
—Entre la explicación del paisaje, más el
relato de su vida, fue una experiencia ma-
ravillosa. Cuando concluyó, cuando ya
nos llevaba el último día, en algún mo-
mento me miró y me dijo “todos los seres
humanos merecemos un libro contando
nuestra vida”. Me pareció fantástica esa
reflexión, es única. Entonces, tomando
esa referencia, dije “la vida de uno es
como el libro que alguien dejó olvidado en
el asiento de un parque”. Es decir, que el
viento vuela, hojea sus páginas y va
abriéndolas a lo que el viento indica y ahí
podés encontrar el capítulo de tu niñez, el
de tu adultez, pero también vas a encon-
trar la última página, que está vacía por-
que es un libro que uno nunca termina de
escribir.
—¿Y qué hay en las primeras páginas?
—Tomando tu inquietud, busquemos en
las primeras páginas y vas a encontrar un
San Luis muy de calles de tierra, que allá
son de arena. Nosotros vivíamos a cinco
cuadras de la plaza principal, la Pringles,
en la calle Constitución. Por mi casa pa-
saba el ganado que llevaban a la feria.
Estamos hablando de hace 70 o 65,
cuando yo era niño. Cada uno de esos
eventos formaban como escenografías y
después lo redescubrí en Texas, en donde
reproducen esas situaciones de ganado
transitando por las calles los días do-
mingo para traer turismo. Eso pasaba en
San Luis.
—Importa también la parte humana.
Ese es el paisaje, está descripto. Yo
quiero saber de tu padre por ejemplo,
porque a través de tu memoria de él,
voy a conocerte un poco más a vos.
—La memoria de mi padre es excepcio-
nal. Mi padre tuvo muy poca formación
escolarizada, hizo la primaria nada más.
Después tuvo que empezar a trabajar
para ayudar a su familia y terminó siendo
un comerciante reconocido de San Luis.
Tenía un negocio de ramos generales,
esa es la rama del comercio que más se
asemeja a la vida porque tenés de todo.
—Y tu madre después de esa experien-
cia, criada por monjas, en el papel de
madre, ¿cómo era?
—Se dedicó a la docencia. Fue profesora
en una escuela de mujeres. Ella recor-
daba, por lo que le habían contado, que
su madre fue artista plástica. Guardaba
algunas cosas de ellas. Mi madre para mí
fue una hacedora de mi vida, de mi futuro
y mi realidad.
11
Viernes 16 de noviembre de 2018
CON TU VIDA
HÉCTOR MUÑOZ DARACT
ahí alguna falla, pero le vamos dando
las cosas más apetecibles, las que
quedan. Yo recuerdo esa avenida con
la parrillada Sportsman frente a Don
Bosco, los camiones que hacían ruido,
y largaban humo cuando pasaban y
estábamos todos contentos.
—Cuando uno llega a un lugar que no co-
noce plantea la cosa de acuerdo a cómo
su percepción del lugar le va indicando.
Yo venía con mi madre y con Regino Do-
mínguez, un hermano de vida que tuve,
que ahora vive en México. Veníamos
todo ese grupo a hacer el desembarco.
Tomamos por Rawson y le metimos al
norte, creyendo que esa avenida era el
eje de entrada a la ciudad. Entonces nos
imaginamos que la ciudad quedaba para
el lado del norte, de Jáchal. Llegamos a
Villa América y ahí nos orientaron que no,
que para allá no era el centro, sino para
el otro lado. Eso nos sirvió para recorrer
estas diez, doce cuadras y quedar mara-
villados por su arboleda, su boulevard y
por cómo se usaba. Y así llegamos a la
ciudad de San Juan, un lugar para mí ex-
cesivamente caluroso. Venía con un solo
compromiso, no fallarle a mis padres,
más que otra cuestión interna de forma-
ción.
—¿Y en la universidad cómo te fue?
—Muy bien, gracias a Dios fui un buen
alumno. Me sentí buen alumno siempre.
Es decir, queda muy ego referencial ha-
blar de estos temas. Me costaban las par-
tes técnicas, las matemáticas, las físicas,
pero como me costaba fueron las prime-
ras materias que enfrenté y las aprobé. Y
las estudié tanto, porque me costaban,
que me saqué diez.
—Yo recuerdo ese San Juan, todavía
era de baldíos, más viento Zonda, más
tierra…
—Tengo una anécdota porque con los
años me casé con una puntana y desem-
barcó justo una siesta con viento Zonda.
Se sorprendía, no sabía dónde había ate-
rrizado.
—El tema era que había mucha cons-
trucción por hacer. Se estaban ha-
ciendo casas, estaban terminando
edificios, todavía no estaba la Cate-
dral, un punto referencial del paisaje.
—Claro, el hotel Sussex. Ese hotel es-
taba recién hecho y transitar por la calle,
no la Urquiza, que entonces era Victoria y
el canal Victoria, que pasaba por ahí con
todo el agua. Mi primera casa fue una ha-
bitación que alquilamos en calle Urquiza y
25 de Mayo. Ahí cerquita de la rotonda
que hay en el Auditorio.
—Era zona de estudiantes, toda la 25
de Mayo era de estudiantes.
—Para ir a la universidad, a la facultad,
pasábamos por la bodega Sacchi. El per-
fume al mosto era desconocido para mí.
Entonces le escribía cartas a mi madre y
le contaba que San Juan tenía aromas
Escritura con rasgos que manifiestan un pensamiento or-
denado y claro. Su sentido de la orientación en el espacio
y tiempo, es correcto. Tipo de pensamiento libre y creativo,
no quedaría fijado a las reglas que se deben observar y
guardar; no se dejaría esclavizar por ellas.
Se observa una correcta distancia emocional con las situa-
ciones de su pasado, iniciativa y sociabilidad.
Puede haber tendencia al coleccionismo.
Se presenta claridad de ideas, lucidez de pensamiento.
Se encuentran rasgos indicadores de detallismo, concen-
tración, buena capacidad de crítica y observación.
La letra desligada (imprenta), posiblemente indica la apari-
ción de inhibiciones. Se observa actitud de control, pruden-
cia defensiva, cautela o prevención reflexiva de la persona
en los momentos de contactar con un objeto externo.
La inclinación de la letra va hacia la izquierda, revelando
autodominio, reflexión y prudencia. Capacidad de concen-
tración derivada de sus capacidades más introvertidas.
Se presenta control del humor, muestra de calma, equili-
brio. Enfrenta los obstáculos y dificultades de manera re-
suelta y los intentaría resolver sin forzar las situaciones.
Carácter acomodaticio, habilidad para no chocar con sus-
ceptibilidades ajenas.
El perfil
psicografológico
Por: Elizabeth Martínez
Grafoanalista
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s
l
Está casado con
Adriana Correa con
quien tiene dos hijos:
Juan Facundo que es
piloto de avión de
Aerolíneas Argentinas,
y María Julia, que
trabaja en Aeropuertos
2000.
l
”Cuando vine
para estudiar me
sorprendió San Juan.
Me maravillaron los
árboles, realmente
era mágico estar en
una ciudad tan linda”.
Un puntano que es símbolo...
desconocidos. El aroma del mosto, nunca
lo había sentido en mi vida. Para mí fue
un aroma de bienvenida.
—Y ese joven Toto ¿practicaba algún
deporte, tenía algún interés aparte del
estudio?
—Sí. Así como en San Juan está el ci-
clismo y el hockey, en San Luis, no sé
por qué, seguramente porque llegó algún
profesor con esa inquietud, el deporte
fuerte de allá era el softbol. Teníamos
10
La familia Muñoz Daract en 1967. Nito, Rosita, Negucha, Domingo y Toto
Año 1962. Años de softball
Con Adriana
Correa, disfru-
tando de la
vida en Marrue-
cos, año 2017