E
n julio de 1976, Leopoldo fue
nuevamente nombrado emba-
jador en la Unión Soviética y
viajamos allí juntos, con nues-
tros tres hijos menores. Los mayores
quedaron en el Liceo Militar General
Espejo y durante el verano en Argen-
tina nos visitaban, alternando entre la
embajada en Moscú y el Yat House en
Bournemouth, en el límite entre Heres-
fordshire y Wales, un instituto de ense-
ñanza en medio del bosque donde yo
los inscribía en cursos intensivos de in-
glés y otras materias. Y para las esta-
días con nosotros en Moscú, nuestros
hijos viajaban con amigos y amigas,
que eran bien recibidos y alojados en
la Embajada.
De esta forma les dábamos a otros jó-
venes la oportunidad de tener una ex-
periencia en el extranjero,
aprovechando que el valor del rublo en
ese momento resultaba favorable.
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Yo no sabía una palabra de ruso y Leo-
poldo otra vez hizo una de las suyas.
Visitamos juntos el subterráneo de
Moscú, que yo quería conocer: una ex-
tensa red interconectada que transpor-
taba diariamente multitudes de
moscovitas, con el agregado de los im-
presionantes murales del realismo so-
cialista que embellecían las distintas
estaciones. Yo quería aprender a ma-
nejarme con ese medio de transporte y
mi marido estuvo de acuerdo. Estába-
mos en el andén, llegó una formación,
yo me abrí paso entre la multitud, entré
en uno de los vagones, giré la cabeza
para ubicar a Leopoldo que imaginé en
todo momento detrás de mí —porque
él me había dado un suave empujon-
cito para ayudarme a subir al coche—
y mientras las puertas se cerraban a
mis espaldas oí que mi esposo me
decía, agitando la mano como despe-
dida y sonriéndome tan tranquilo desde
el andén: “¡Acordate de la estación
Smolenskaia!”. Y nos fuimos cada uno
por su lado. El de vuelta a la embajada
y yo sólo Dios sabía, apretujada en un
En la séptima nota basada en las memorias de la
doctora Ivelise Falcioni de Bravo, la exdiputada na-
cional cuenta con mucho humor situaciones que le
tocaron vivir junto a su esposo en Moscú.
Viernes 18 de noviembre de 2016
vagón de subterráneo, entre extranje-
ros, sin hablar el idioma, sin conocer la
ciudad, completamente perdida. ¡No
sabía qué hacer...!
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Hice montones de recorridos, me ba-
jaba en terminales, cruzaba por arriba o
por debajo de algún puente, entraba en
otra línea, otro vagón, entretanto iba di-
ciendo en voz alta: “ja argentina, ja ar-
gentina” (soy argentina) y por supuesto
nadie me prestaba atención. En reali-
dad qué podían contestarme...: “mucho
gusto, ja ruso...”. No tenía la menor
idea de dónde me encontraba, suponía
que si se hacía muy tarde alguien sal-
dría a buscarme, que de alguna ma-
nera me rescatarían, o que me
arrestarían por sospechosa de algo,
que seguramente a la corta o a la larga
a algún lado iba a ir a parar.
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Después recordé que Smolenskaia era
la estación donde se encontraba el Mi-
nisterio de Relaciones Exteriores, el
Inostrovsky Niet, muy cerca del cual es-
taba en ese entonces la Embajada Ar-
gentina en la calle Lunacharscovo 8.
Ahora se han mudado a otro edificio.
También me vino a la cabeza que al-
guien me había enseñado a decir ja
supruga paslá Argentina (soy la es-
posa del embajador argentino), y repi-
tiendo esas palabras como en letanía
me acerqué a una soviética de gorrito
azul, una boletera del subte, que se
debe haber apiadado de esa señora
de aspecto cansado, un poco despei-
nada, que parecía completamente per-
dida: yo, Ivelise de Bravo, que ya
estaba al borde del agotamiento físico
y mental.
Por ese andén precisamente pasaba
una cubana, que le pareció cara cono-
cida a la boletera rusa, tal vez una
usuaria frecuente del servicio. La de-
tuvo, le pidió que tradujera lo que la
señora intentaba comunicar. “¿Me per-
mite que la acompañe?”, preguntó la
cubana, solícita y cuando escuché que
alguien hablaba mi lengua materna,
casi suelto el llanto ahí mismo. “Se-
ñora, ¿se anima a que yo la acom-
pañe, me tiene confianza?”, preguntó
la cubana. Y yo: “¡Pero claro que sí, se
lo pido por favor, llévenme aunque sea
a Siberia, pero sáquenme de este la-
berinto!”.
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Quién sabe a qué sector del subsuelo
de la ciudad había ido a parar, la cues-
tión es que viajé acompañada por la
gentil cubana más de una hora hasta
llegar a la estación Smolenskaia.
Cuando llegué, agotada aunque algo
más tranquila y habiendo podido dis-
frutar, dentro de las circunstancias, de
los murales con alegorías al trabajo, a
4
Las memorias de
Un paseo en
el subterráneo
de Moscú
IVELISE
En el Kremlin, con embajadoras de
otros países, agasajadas por espo-
sas de funcionarios soviéticos
Séptima parte