El Nuevo Diario - page 17

Viernes 9 de marzo de 2018
LA RUTA A VERLAS PASAR MIENTRAS COMÍA UN ASADO!
Juan Manuel Fangio y su acompa-
ñante Daniel Urrutia en la previa de
uno de los Grandes Premios de los
40. Entre ambos, el histórico Chev-
rolet negro. (
Santiago
Luján Sai-
gos fue el
ganador de
la 3° Vuelta
a Ensenada
en su Ford.
Lo llamaban
“El hombre
bueno de
Areco”
-
riatc.com.ar)
Carlos Menditeguy recibe la bandera a cuadros al llegar a San Juan, en el Gran
Premio Argentino de Carretera (29/11 - 10/12/57)
)
Angel Nomdedeu subiendo la
cuesta de Huaco
Un famoso de aquella época:
Félix Peduzzi en Huaco.
Oscar Cabalén
Estas fotos fueron proporciona-
das por Angel Vega y corres-
ponden al tramo Jáchal-Huaco
del XXXVII Gran Premio de Ca-
rretera (21 al 29/11/59)
Los hermanos Oscar y Juan Galvez en una tapa de la revista El Gráfico y con sus cupecitas de TC, en el
flamante Autódromo de Buenos Aires, en 1952.
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títulos (1940, 1941) con “el chivo”, lan-
zarse al automovilismo internacional,
hasta conseguir cinco campeonatos del
mundo de Fórmula 1 en la década del
‘50.
Gálvez y Fangio son apellidos que lle-
gan hasta hoy de la mano de las histo-
rias de los abuelos y los padres, de
relatos fantásticos escuchados por
radio, pero son sólo dos de los tantos
nombres de esos pilotos que se lanza-
ban a los caminos de tierra inexplora-
dos para unir los más recónditos
lugares del país en las gloriosas “cupe-
citas”, bólidos para la época que los
transformaban en ídolos.
La gente pasaba horas enteras en las
rutas sólo para ver pasar unos segun-
dos a esas inalcanzables figuras que
conocían a través de las páginas de “El
Gráfico”: los hermanos Dante y Tor-
cuato Emiliozzi, Juan Manuel Bordeu,
Marcos Ciani, Rodolfo De Álzaga, “Tos-
cano” Marimón, Eusebio Marsilla, Her-
nandez, Peduzzi, Oscar Cabalén y
otros tantos que quedaron en el re-
cuerdo del público.
Con el alumbramiento del TC, las cupe-
citas de los años 30 evangelizaron al
pueblo en un fenómeno que pocas
veces se da en el deporte, ser fervor y
fanatismo a primera vista. No sólo libe-
raban pasiones sin límites al verlas ir o
venir. Era frenesí, locura, comentarios a
toda hora. Las radios y sus relatores in-
vitaban a imaginar y soñar las conquis-
tas de “los gladiadores del camino”.
El Gráfico ilustraba sus tapas con las
estrellas del automovilismo criollo. A
Oscar Gálvez lo bautizó el periodista
Pedro Fiore como el Aguilucho, porque
en un GP del Norte en una etapa de
montaña pasó a 29. Sólo volando podía
rematar la hazaña. El TC al pasar por
lugares inhóspitos también anunciaba
que por allí podría construirse un ca-
mino, una ruta, y villorrios sólo acredita-
dos por los lugareños eran conocidos
por el país.
Los pilotos y sus acompañantes se
transformaban en leyendas y los ídolos
se enorgullecían de mostrar sus pagos
en la cupecita. La mayoría, además de
pilotos, eran mecánico. A cada auto lo
engrasaban, limpiaban y lustraban. Ha-
cían todo: la jaula antivuelco, el motor y
hasta la pedalera. Muchos tenían la ha-
bilidad de reparar el auto con un alam-
bre o remplazar piezas en unos
minutos.
Lo curioso es que todavía se corra re-
presentando a modelos de autos que no
se fabrican desde hace más de 30
añosy que la Federación Internacional
del Automóvil (FIA) reconoció al TC
como una categoría “única” y la más
antigua del mundo que sigue en vigen-
cia.
Quienes ya acumulamos años, ver
pasar una cupecita bramando, ya era
una fiesta en sí misma. Las carreras se
realizaban sobre un circuito callejero,
en parte, y en ruta por otro lado. A
veces pasaban por una ciudad y la
gente se agolpaba en esas calles para
ver gratuitamente las cupecitas que me-
tían miedo al verlas pasar a 150 kilóme-
tros por hora. Eran lo más parecido a
un jet a retropropulsión. Y todos nos
preguntamos como hacían los pilotos
para entenderse con el acompañante
en el interior del auto, con ese ruido en-
sordecedor del motor.
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