El Nuevo Diario - page 27

Sábado 2 de enero de 2016
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ria militar, lo que hace que fuera probable
tratara de emular e incluso de superar sus
gestas. Si Druso y Germánico se habían
concentrado en Germania, él, para supe-
rar sus gestas debía, no sólo conquistar
esa región, sino cruzar el océano y llegar
a Britania. Fue el primer emperador tras
las campañas de Augusto en Hispania en
26-25 adC que dirigió un ejército en bata-
lla.
Según Dio Casio movilizó para sus cam-
pañas entre 200.000 y 250.000 hombres.
El Calígula
monstruo
C
alígula tendrá, en el futuro, un
lugar de dudoso honor en la san-
grienta lista de los emperadores
romanos, sin que esto quiera decir que
fue intrínsecamente peor que otros. Y es
que la fama de algunos malvados de la
Historia suele depender de un cúmulo de
circunstancias presentes y futuras a partir
de las cuales, los historiadores hacen su
trabajo.
Antes de ser elevado al trono, debió dar
señales alarmantes, ya que el propio Tibe-
rio, a quien acompañaba en su retiro de la
isla de Capri, comentó:
«Educo una se-
miente para el Imperio».
La serpiente
lanzó muy pronto el veneno, pues con
ocasión de la muerte de Tiberio, y cuando
todos creyeron que el viejo crápula había
dejado de vivir, con el cuerno aún ca-
liente, Calígula arrancó el anillo del dedo
del Emperador, y se lo puso para hacerse
proclamar por los presentes nuevo César.
No obstante, en pleno juramento,
Tiberio,
el pretendido cadáver, pidió un vaso de
agua, y el terror se enseñoreó de
todos,
y muy en especial de Calígula, que
lucía ya el anillo imperial y se relamía de
gusto ante la perspectiva inmediata de
asumir el poder. Aunque Macro, allí pre-
sente, ante lo violento y peligroso de la si-
tuación, se abalanzó sobre el moribundo
y, con su propia almohada, lo asfixió. Calí-
gula, el nuevo Emperador, por fin pudo
respirar tranquilo...
l l l
Calígula era un hombre sin atractivos, de
aspecto aterrador que acentuaba con su
costumbre de ensayar continuamente las
más diversas muecas con las que de-
seaba asustar, aún más, a los que le ro-
deaban. Su escasa cabellera era muy
encrespada, lo que le acomplejaba doble-
mente.
Muy pronto haría prácticas de
sadismo en especial sobre las mujeres
que tenía más próximas, con las que se
ensañaba,
según contaba Séneca.
En el día a día de Calígula todo valía para
llevar a la realidad uno de sus más prego-
nados deseos:
«Que me odien, mientras
me teman».
No obstante, y llegado el mo-
mento, parece ser que Calígula era cons-
ciente de su patología mental, o sea,
esquizoide, de origen genético.
Tanto es así que, consciente de su inesta-
bilidad psíquica, pensó seriamente en reti-
rarse del poder imperial y ponerse en
manos de quienes pudieran curarlo, pues
su enfermedad no era original, sino con-
secuencia de unas altísimas fiebres que
padeció en sus primeros años.
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Con ocasión de su acceso al trono a los
23 años, Calígula sacrificó 160.000 ani-
males como acción de gracias por tan im-
portante suceso, e inició desde aquel
momento, su ascensión imparable hacia
el poder máximo y caprichoso que culmi-
nará en su inclusión en la no muy ejem-
plar historia de los emperadores romanos
en un destacado primerísimo puesto de
crueldad y arbitrariedad, a pesar de que
,
sorprendentemente, inauguró su rei-
nado ejerciendo una política de toleran-
cia como reacción al despotismo y
maldad de su antecesor, su protector
Tiberio.
Incluso suspendió los odiosos
procesos por lesa majestad de su antece-
sor, además de volver a los comicios en
los que se elegía a los magistrados (con
Tiberio lo había hecho el Senado). Ade-
más, nadie le negó su amor por los desfa-
vorecidos y su odio por los ricos, conducta
esta última que, al final, sería su perdición.
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En correspondencia, en estos primeros
tiempos el pueblo romano lo adoraba,
quizá por ver en él al hijo de aquel Germá-
nico desgraciado y bueno y deduciendo,
erróneamente, que sería como su proge-
nitor. Todo empezó a torcerse cuando, en
apenas un año, gastó todo el tesoro que
había heredado de Tiberio, unos 2.700 mi-
llones de sestercios, teniendo que tapar
aquel enorme agujero con nuevos y gra-
vosos impuestos de los que no se salvaba
nadie. Por ejemplo, impuso un canon a los
alimentos, otro por los juicios, a los mozos
de cuerda, a las cortesanas e incluso a
todos los que tenían la feliz idea de con-
traer matrimonio. Pero todo este atraco no
era suficiente y, tras insistir una y otra vez
en esta actitud de pedigüeño, en el trans-
curso de sus muchos delirios, aseguraría
sentirse en la más absoluta ruina
, lle-
gando en su sicopatía a pedir limosna
en las calles romanas además de obli-
gar a testar en su benefició a sectores
de la población bastante ricos, ponién-
dose muy nervioso si éstos, los llama-
dos a cederles sus riquezas, no se
morían pronto.
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Durante esta fiebre de miseria más o
menos imaginaria, pero no menos obse-
siva, llegó a confiscar las posesiones de
sus propias hermanas,
Julia y Agripina,
y
acusarlas de conspirar contra él. Pero vol-
viendo atrás, a los primeros tiempos de su
poder absoluto, aquellas primeras bonda-
des del inicio de su reinado las olvidó Ca-
lígula apenas medio año más tarde,
superando enseguida las atrocidades de
su predecesor, acaso por sufrir un con-
junto de enfermedades mentales que le
provocaban noches interminables presidi-
das por el insomnio, además de sufrir de
continuo espantosos ataques de epilep-
sia, que nunca le abandonaron.
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Precisamente sería tras un agravamiento
de sus enfermedades, y después de una
inesperada recuperación cuando todos le
daban por perdido, cuando se evidencia-
ría aún más toda su crueldad, puede que
como secuela de su enfermedad anterior.
Según se levantara de un humor que
siempre era variable y caprichoso, demos-
traba manía persecutoria, delirios y qui-
meras relacionadas, de nuevo, con el
dinero como, por ejemplo, la necesidad
que tenía de pisar físicamente un montón
de monedas de oro con sus pies descal-
zos
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Tuvo una pasión incestuosa por una de
sus hermanas, Julia Drusila.
Muy jóve-
nes ambos, Calígula la había poseído por
primera vez, siendo sorprendidos los dos
adolescentes en el lecho por la abuela An-
tonia, en cuya casa vivían. Nunca renun-
En sus muchos
delirios, asegu-
raba sentirse en la
más absoluta
ruina, llegando en
su psicopatía a
pedir limosna en
las calles roma-
nas además de
obligar a testar en
su beneficio a los
ricos.
Además de
con Drusila —que
siempre sería su
preferida—, tuvo re-
laciones sexuales
con sus otras her-
manas, a las cuales
después entregó a
varios amigos como
auténticas prostitu-
tas que estos po-
dían utilizar
y explotar a su
antojo.
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La muerte de
Drusila en una
escena del film
dirigido por Tinto
Brass
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