El Nuevo Diario - page 7

Viernes 12 de agosto de 2016
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Extraña salida
Se supo que luego de cenar, don Va-
lentín solía visitar a algunos amigos
para conversar hasta tarde, cuando el
calor pasaba y se podía dormir.
Pero nadie supo decir adónde iba
aquella noche.
Se sabía que había muerto en el lapso
que va desde que salió de su casa,
antes de la medianoche y la madru-
gada, cuando fue encontrado.
Y hasta se dijo que los autores materia-
les habían sido cinco o seis personas.
Los investigadores estaban desorienta-
dos. Pidieron un completo informe
sobre el cadáver.
Los doctores Amaro Cuenca, Facundo
Larrosa, Guillermo Alexander y Miguel
Echegaray fueron tan minuciosos que
hasta presentaron análisis químicos de
la víctima cuando era evidente que
había sido muerto a golpes....
La policía detuvo a Benjamín García
Aguilera, Juan López y Juan López
Montoro.
Se acreditó que Aguilera vivía en una
casa situada a mitad de la calle Ecua-
dor (hoy Sarmiento), a mitad la cuadra
entre lo que hoy son las calles Laprida
y Rivadavia, a pocos metros de donde
fue encontrado el cadáver de Videla.
Juan López era “conchabado” de Gar-
cía Aguilera y López Montoro “fue en-
comendado para reunir a los asesinos”.
La investigación arrojó que en momen-
tos que Valentín Videla caminaba por
calle Ecuador hacia el sur, fue detenido
por el grupo e introducido por una
puerta falsa que llevaba a la casa del
chileno, donde fue ultimado a golpes.
Luego sacaron el cuerpo a la calle.
Se supo también que el chileno García
Aguilera y los López habían sido vistos
varias veces juntos
—Parece que el plan se venía madu-
rando desde hacía tiempo y que
estos se reunían para ajustar deta-
lles.
Un veredicto popular
La policía detuvo a Aguilera, a López y
a López Montoro.
—El caso está claro: el instigador ha
sido Vicente García Aguilera y el eje-
cutor su hermano
Benjamín, junto con elementos vin-
culados a Santos Guayama, el fa-
moso bandolero...
La calle dio entonces un veredicto intui-
tivo:
—No investiguen más: el instigador
ha sido Vicente García Aguilera y el
ejecutor su hermano Benjamín.
Con esta hipótesis, las cosas cerraban.
El vicerrector despechado se vengaba
de Videla y Santos
Guayama del gobernador que lo había
reprimido. Al menos para la opinión pú-
blica, estaba todo claro.
El procurador fiscal no dudó en solicitar
la pena de muerte para García Agui-
lera.
Pero un día que llevaban los reos para
que declararan, estos lograron fugarse,
huyendo rumbo a Chile.
Salió una comisión policial tras los acu-
sados y durante un reconocimiento cor-
dillerano logró apresar a López
Montoro pero cuando lo traían de re-
greso a San Juan, en el lugar denomi-
nado Valle Hermoso, en territorio
sanjuanino,
“el procesado fue captu-
rado por compatriotas suyos y sus-
traído de la jurisdicción argentina”
,
según el informe que dio la policía al
entonces gobernador Hermógenes
Ruiz, el 1 de junio de 1875.
La sentencia
A casi tres años del crimen, tras demo-
ras motivadas en que la causa se había
paralizado por hallarse prófugos los im-
plicados, el juez Rafael S. Igarzábal
dictó sentencia, condenando a muerte
al único reo habido: Juan López.
En sus partes sustanciales, la senten-
cia sostuvo:
“San Juan, octubre 30 de 1875.
Vistos: Resulta de esta causa que el 12
de diciembre de 1872, como a las 12
de la noche, pasaba el señor goberna-
dor propietario de la provincia don Va-
lentín Videla por la calle Ecuador en
dirección al sur, y al enfrentar a la
puerta falsa de la casa habitada por
Benjamín Aguilera, le asaltó una cuadri-
lla de asesinos capitaneada por el reo
Juan López. Lo derribaron al suelo a
golpes con un elemento contundente
de hierro y lo entraron a una pieza del
zaguán, del lado norte, donde lo ultima-
ron. Después sacaron el cadáver a la
calle y lo pusieron recostado en la
pared de enfrente de dicha casa, en
donde al día siguiente fue encontrado
por la policía y la justicia que concurrió
a dicho lugar”.
Agregaba el escrito:
“Que capturados Aguilera y otros de los
autores fueron encausados y cuando
Aguilera con la pena de muerte solici-
tada por el señor procurador fiscal don
Lisandro A. Laval, según su vista co-
rriente a fojas 282 de los autos manda-
dos traer a la vista, se fugó de la cárcel
dicho reo y después sus compañeros,
por lo cual el superior Tribunal de Justi-
cia mandó por resolución del 12 de
mayo de 1874, suspender el procedi-
miento criminal respecto de los prófu-
gos hasta que sean capturados”
La causa —por lo que dice la senten-
cia— había quedado reducida a Juan
López ante la ausencia de los restan-
tes. Y el fiscal Daniel S. Aubone pidió
para él la pena de muerte
“no sólo por
la vindicta pública sino por el honor
del pueblo de San Juan”.
La sentencia fue revocada por el tribu-
nal de alzada integrado por Anacleto
Gil, Guillermo Oro y Manuel García,
quienes argumentaron que los testigos
de la instrucción sumarial no se halla-
ban ratificados a excepción de Benja-
mín Bates y Miguel Alvarez y no hacían
pruebas. “Aparte —decía el fallo—de
que el testimonio de Bates es simple-
mente de oídas”.
En resumidas cuentas, habían pasado
tres años, la causa judicial tenía más
de 300 folios, se había hablado mucho
pero lo único concreto es que se había
puesto en evidencia a tres autores ma-
teriales. Dos (Aguilera y López Mon-
toro) estaban prófugos. El tercero, en
libertad. Nada se sabía de los restantes
ni de los presuntos instigadores.
Como se verá a lo largo de la histo-
ria, en San Juan la justicia siempre
fue así...
Se reabre la causa
El 19 de julio de 1876 se reabrió la
causa.
El motivo: una acusación contra un tal
Vicente Rodríguez.
El fiscal alegó que con anterioridad al
asesinato, don Apolinario Rodríguez
había dicho a algunos vecinos de Po-
cito:
—No paguen nada al beato de Vi-
dela, pronto lo vamos a derrocar.
El procurador fiscal aportó los testimo-
nios de los vecinos Julian Mazo, Euse-
bio Dojorti, Juan José Videla, José
Pedro Cortinez, Francisco Domingo
Aguilar y Rosario Ontiveros.
Sostuvo que un ciudadano se había
presentado ante el gobernador y le
había asegurado “que los asesinos de
su antecesor eran Vicente Rodríguez,
Benjamín García Aguilera, Pablo
Ojeda, un López Montoro, un López y
un Mercado, algunos de los cuales con-
currían a la casa de García Aguilera, la
que debía ser teatro del crimen”.
La acusación señalaba que a continua-
ción del crimen, Apolinario Rodríguez
robó un caballo de propiedad de Euse-
bio Dojorti
“con el objeto de que es-
capase su hijo, o mejor dicho que
emprendiera la fuga Vicente Rodrí-
guez”.
El caso es que los Rodríguez se busca-
ron un buen abogado, don Javier Baca,
quien fundó una extensa defensa en un
larguísimo escrito, impidiendo a la justi-
cia pronunciarse.
Y así quedaron las cosas.
En el mayor de los misterios.
Para unos fue un crimen pasional.
Para otros una cuestión de intereses.
Una hojita llamada “Prolegómenos” se
dio el lujo de dar hasta los rasgos fiso-
nómicos de cada uno de los asesinos
pero, ya sea por virtud de los abogados
defensores o por inoperancia de la jus-
ticia, nada se pudo probar.
Hermógenes Ruiz
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