Viernes 19 de agosto de 2016
1950, en la iglesia de Desamparados y
al poco tiempo llegó su primer hijo, Ro-
berto. Un año después nació Francisco
y una década más tarde Carlos. Se-
bastián continúo con el comercio de su
padre, durante un tiempo también es-
tuvo su hermano Francisco pero este
después se dedicó a las fincas y se
casó con Yolanda Furlani, con quien
tuvo cuatro hijos: Daniel Ramet, Mario
Ramet, Susana Ramet y Yolanda
Ramet. Sebastián aparte de su trabajo
con la compra y venta de verdura tuvo
una finca, donde produjo algunos de
estos productos y llegó a tener una pe-
queña bodega.
Entre la feria, el taller y
el ajedrez
No había día ni momento en que Se-
bastián no pensara en dibujar o pintar.
Se levantaba muy temprano, al menos
a las 5 de la madrugada y partía a la
feria para comprar frutas y verduras,
las que después vendía a distintas ins-
tituciones, como el Hospital Rawson, el
Hogar de Ancianos y la Escuela Hogar.
Las que no utilizaba en el día las guar-
daba en los galpones que construyó en
su casa de calle Córdoba y Ameghino.
En la feria no solo se nutría del pro-
ducto que después tenía que vender,
sino de las más coloridas y diversas
imágenes, de compradores y vendedo-
res, carretelas y particularmente de ca-
ballos, animal que admiraba y que se
ocupó de estudiar y bocetar meticulo-
samente. En su vehículo tenía siempre
a mano papel, su lápiz preferido, que
era el de carpintero, y sino alguna lapi-
cera. En la mañana registraba todo lo
que le llamaba la atención en rápidos
bocetos, algo que no le llevaban más
de cinco minutos y en la tarde conti-
nuaba con su actividad artística.
Llegaba de trabajar al mediodía, almor-
zaba y después de una pequeña siesta
se internaba en su taller. En primavera,
verano, otoño o invierno, en esta última
estación al calor de un hogar, se pa-
saba horas dándole vida a los peque-
ños bocetos. Y no solo dibujaba y
pintaba, sino que además estudiaba la
anatomía del sur humano y a sus ído-
los del impresionismo francés, como
Claude Monet, Auguste Renoir, entre
otros. Para el final de la tarde ya tenía
hechos dos o tres cuadros. Llevaba re-
gistro de lo que producía y a quien se
lo vendía, más en sus últimos años de
trabajo, que se le iban decenas de cua-
dros de las manos.
En su silla de totora si era en su casa,
o en un banco plegable si salía al
campo, acompañado de su gorrito, así
se dedicaba a sus cuadros, en bús-
queda de la naturaleza y lo cotidiano.
Aunque muchos lo conocen por sus
acuarelas le gustaba mucho el dibujo,
“el buen dibujo” como le llamaba.
Decía que había que entender la es-
tructura de las formas y trabajarlas por
capas, hasta llegar a las luces y som-
bras. Además sostenía que el dibujo
tenía que ser vivo y criticaba los trazos
duros. Intentó dar clases en escuela,
pero no resultó, tanto él como sus
alumnos acordaron en que ese no era
su fuerte. A su mujer Agustina la pintó y
dibujó varias veces, sobre todo te-
Notas preparadas por
Usted puede encontrarlas en
y
FUNDACIÓN BATALLER
jiendo, que era lo que ella solía y sabía
hacer con destreza. Expuso sus obras
casi siempre en Casa España y en la
Dirección de Turismo, en Mendoza, La
Plata, Buenos Aires y la Fragata Sar-
miento llevaba un par de cuadros suyos.
Todos los días pintaba y pintaba, decía
que si se dejaba pasar una jornada sin
tocar el pincel se secaban los colores
de la lata. Ganó el premio al mérito
PROBUS del Rotary Club y fue decla-
rado vecino ilustre de la Capital.
Otro gran pasatiempo del artista, que a
su vez tenía mucho que ver con su fa-
milia materna, eran las cartas, el do-
minó y por sobre todo el ajedrez.
Sebastián adivinaba las fichas o cartas
que tenían sus contrincantes, así que
disfrutaba jugar con su tío Juan Clavijo,
que tenía gran habilidad y era un rival
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Sebastián Ramet (cuarto a la izquierda) aparece el frente de una casa destruida por el terremoto del 44
Con su gorro y su siempre presente silla de totora, Sebastián Ramet pintando.
El artista plástico Sebastián Ramet en su atelier, en la década de 1970. Él es el hombre que
aparece a la derecha en la imagen.
Una de las postales cotidianas de la feria, que
Sebastián Ramet dejó plasmada en una acua-
rela.
Los tres hijos y su madre: Carlos Ramet, Chiquito Ramet, Agustina Prieto de Ramet y Roberto
Ramet
duro. Sobre el tablero blanco y negro
se ocupó de estudiar las partidas de
los grandes maestros rusos y parti-
cipó en varias partidas múltiples, con
6 y hasta 7 tableros al mismo tiempo.
Algunas de las jugadas fueron en el
Lawn Tenis Club, del cual él fue socio
fundador. Así como con la pintura,
todo aquello que lo apasionaba lo mo-
vilizaba para comprar libros y dedi-
carse a estudiar. Desde niño fue muy
estudioso, lo reconocían por su orto-
grafía y por la lectura.
El legado
Así como amaba el dibujo y la pintura,
Sebastián y también su esposa Agus-
tina disfrutaban de compartir con su
familia. Así que los domingos sus
hijos se reunían con ellos. Además,
los dos eran muy cariñosos y sus nie-
tos compartieron horas con ambos,
sobre todo con el artista en su taller.
Ellos son quienes conservan su le-
gado, algunos como admiradores y
otros incluso compartiendo lo que la
gran pasión del artista.
l
Roberto
es contador y padre de
Belen Ramet
, es arquitecta, cantora
como su abuelo y madre de Alfonsina
y
Mariana Ramet
, psicóloga y madre
de Sebastián, vive en Nueva Zelanda.
l
Francisco
se fue a Buenos Aires
para estudiar ingeniería y, aunque no
terminó, se quedó allí y comenzó a fa-
bricar muebles. Hoy tiene una gran fá-
brica con salón de venta. Él es padre
de
Agustina Ramet
, abogada.
l
Carlos
es enólogo y padre de
Ni-
colás Ramet
, chef y
Santiago
Ramet
, diseñador gráfico.