H
ubo un tiempo en el que
los logros personales, el
ascenso social o econó-
mico, la posibilidad de mejores
trabajos u oportunidades eran fru-
tos del trabajo, el estudio, el es-
fuerzo.
Saquémonos la careta.
Hoy nuestras sociedades han en-
trado en una era de oportunida-
des basadas en otros valores.
Aunque esta tendencia afecta a
todas las edades, los más perju-
dicados son los niños y los jóve-
nes.
Si uno charla con jóvenes egre-
sados advierte que tienen esca-
sas expectativas de encontrar
trabajo, emanciparse y crear un
hogar. En algunos casos, porque
no les interesa. Pero en otros
porque es difícil convencerles de
que si se esfuerzan las cosas les
irán bien.
En otras palabras: la mayoría de
las personas piensa que ya no es
el mérito, sino la suerte o el aco-
modo, lo que decidirá su futuro.
s s s
Vuelvo a insistir:
saquémonos la
careta.
Hoy la vía más eficaz para en-
contrar trabajo no son las oficinas
de empleo ni el envío de currícu-
los a las empresas, sino la red de
relaciones familiares y de amigos
que trabajan y la política.
Por lo tanto, si una persona tiene
la mala suerte de vivir en un en-
torno familiar y social en el que
hay desempleados, difícilmente
logre un puesto de importancia.
Basta analizar lo que ocurre a
nuestro alrededor para advertir
que
es muy difícil llegar a juez
si no se tiene contactos fami-
liares o políticos.
No son generalmente los mejores
los que llegan a una cámara de
legisladores o a un ministerio.
Hasta para aspirar a un cargo en
la universidad valen más los con-
tactos que los conocimientos.
s s s
Y es en este punto donde debe-
mos plantearnos algunas cuestio-
nes.
Una de las características de esta
Argentina de inmigrantes fue
siempre el funcionamiento de una
especie de ascensor que posibili-
taba que el hijo de inmigrante
fuera profesional, que ese profe-
sional pudiera llegar a los más
altos cargos como fruto de su es-
fuerzo, que las fortunas fueran
hijas del trabajo, que el reconoci-
miento social fuera producto de la
elevación cultural y educativa.
No es casual que haya una gene-
ración que con orgullo antepone
a su nombre su título universita-
rio, algo que no se usa en los
países desarrollados. Pero es
una forma de decir, yo soy el doc-
tor, el ingeniero o el magister
aunque naciera hijo de un alma-
cenero.
Esto cambió.
Todo da a entender que en las úl-
timas décadas el ascensor social
ha dejado de funcionar. Aquella
época en la que los hijos tenían
más oportunidades que los pa-
dres, parece haberse agotado.
Hoy los chicos no quieren que le
digan doctor. Quieren ser jugado-
res de futbol, modelos publicita-
rias, conejitas de efímera fama
televisiva. Es más, hay miles de
“soldaditos” que admiran más al
dealer que les vende la droga
que al padre que se rompió el
lomo trabajando.
¿Cuáles son las causas de que el
ascensor social haya dejado de
funcionar?
Que lo digan los sociólogos?
Pero a groso modo podríamos
decir que una de las causas es la
creciente desigualdad de ingre-
sos. La desigualdad ha pasado a
ocupar la escena del debate pú-
blico en nuestras sociedades. Y
será así durante algún tiempo,
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Viernes 9 de diciembre de 2016
agenda
Juan Carlos Bataller
Juan Carlos Bataller @JuanCBataller
Juan Carlos Bataller
s
COLUMNISTAS
El ascensor
hereditario
porque la nueva revolución in-
dustrial de las máquinas inteli-
gentes, la robótica, puede
aumentar el desempleo y la desi-
gualdad.
Pero, con ser importante, la desi-
gualdad de ingresos no es la
única causa.
El ascensor social se ha parado
porque han surgido otras desi-
gualdades que han dañado su
motor. En particular, la desigual-
dad en el acceso a dos tipos de
bienes que son esenciales: la
salud y las oportunidades que
mejoran la habilidad y las capaci-
dades de las personas para pro-
gresar.
Los niños de familias con mayor
poder o riquezas tienen más horas
de escolaridad, estudian idiomas,
viajan más, hacen más deporte.
Todas esas actividades aumentan
su habilidad y su capacidad para
tener más oportunidades en la
vida. Ya no es el esfuerzo o el mé-
rito de cada uno lo que importa,
sino las oportunidades que su fa-
milia le ha podido dar.
s s s
¿Cómo podemos llamar a este
proceso?
Ya no existen palabras en el viejo
diccionario político. No podemos
hablar ni de capitalismo ni de co-
munismo ni de socialismo. Una
prueba es que también el ascen-
sor social no se basa en la meri-
tocracia en países de distintos
signos políticos, llámense Esta-
dos Unidos, Cuba, Rusia o
China.
Alguien sostiene que estamos
ante un nuevo
ascensor heredi-
tario
.
La pregunta es ¿por qué la de-
mocracia, es decir, el ejercicio de
la voz y del voto por parte de los
ciudadanos, no ha conseguido
hasta ahora frenar estas tenden-
cias?
Un amigo sostiene que quienes
llegan al poder tienen más inte-
rés en defender sus privilegios
que en propiciar un regreso a las
fuentes. ¿Por qué cambiar un
sistema cuando soy el beneficia-
rio?
Un tema para preocuparnos y
ocuparnos. Difícilmente una so-
ciedad crezca cuando se ha roto
el ascensor social y sea más fácil
hacer dinero con un revolver o
vendiendo droga que con trabajo,
conocimientos y esfuerzo perso-
nal.